Max intentó darse la vuelta, pero el hombre presionaba con fuerza la pistola contra su nuca.
—Camina —dijo con voz ronca y ella se levantó el vestido y echó a andar.
El tipo la empujó hasta un coche oscuro que estaba aparcado en la calle el fondo y abrió la puerta trasera para empujarla dentro. Pero ni siquiera pudo hacer el intento, porque en ese mismo instante el tacón de Max se clavó con fuerza en la puntera de su zapato y la mujer giró bruscamente, rompiéndole la muñeca de un solo movimiento y haciéndolo caer pesadamente contra el suelo en el siguiente.
Max tomó la pistola que hasta ese momento había estado en las manos del tipo y se la puso en la sien.
—¡No dispares! —gritó el hombre que había intentado secuestrarla.
—¿Tú quién coño eres y qué quieres conmigo? —gruñó ella accionando el martillo de la pistola para que viera que hablaba en serio. Si de algo no tenía miedo Maxine Jhonson en su vida era de disparar.
—Yo… yo pensé… pensé que eras la monja, me equivoqué… —balbuceó el hombre y Max lo golpeó con fuerza.
—¿Y quién quiere a la monja?
El hombre dudó un momento, pero el brillo en los ojos de la mujer era resolución pura.
—No… no quieren a la monja, pero mi jefe cree que si la tiene… que si la tiene, Liam Grissom vendrá…
Max estaba a punto de hacer otra pregunta cuando escuchó el silbido característico sobre su cabeza. La bala pasó a centímetros de ella y fue a impactar contra el auto. Disparó dos veces en respuesta y echó a correr lejos de allí, en el callejón había al menos tres hombres más, estaban armados y tenían mala puntería, y la gente con mala puntería era todavía peor que los que disparaban bien. Se quitó los zapatos a medio camino para poder correr mejor y pocos minutos después llegaba al jardín posterior del salón de bodas. Se detuvo con la respiración superficial y cuando levantó la mirada y vio a Garret Grissom parado frente a ella, con el rostro pálido pero resuelto.
—¿Estás bien? —preguntó, acercándose—. ¿Te han hecho daño?
El viejo Grissom señaló a un pequeño agujero que se veía en el bajo del vestido, evidentemente de una bala, y Max negó con la cabeza.
—No… no me ha hecho nada… pero es evidente que alguien está muy interesado en lastimar a tu hijo —respondió. Se arrancó aquel trozo del vestido, y envolvió en él la pistola que llevaba en la mano, antes de entregársela al hombre—. Désela al General, las huellas del que me atacó pueden estar contaminadas con las mías, pero puede rastrear el número de serie… —murmuró—. Y mañana nos vemos en su despacho, hay unos cuantos juguetes que necesito que me consiga. —Palmeó el hombro del viejo y este la vio entrar de nuevo a la fiesta, como si no hubiera pasado nada.
Se había hecho cargo de la situación de una manera profesional y Liam ni siquiera se había dado por enterado. Era simplemente perfecta.
La fiesta de ahí en adelante fue un estado de vigilancia constante para la muchacha, hasta que alguien anunció el primer baile de los novios.
—Déjame adivinar, querida… ¿no te has divertido? —preguntó Liam con una sonrisa sarcástica mientras la llevaba al centro del salón.
—¡Qué tierno! ¡Ya empiezas a conocerme!, ¿y tú?
—Yo… bueno, yo estoy aquí, ¿no? —dijo él, con una incómoda mueca—. Al menos tratemos de sonreír.
Liam tomó las manos de Max y las pasó sobre su cuello. La besó, suave y tranquilamente, dejando que sus labios se deslizaran con suavidad sobre los de ella y, al mismo tiempo, acariciando su cuello. Y si era honesta, Max no era capaz de discernir qué tan sincero era aquel beso y cuánto era por las apariencias. Pero lo supo en cuanto sintió la respiración pesada de Liam.
—¡Creo que es hora de comenzar la Luna de Miel! —sentenció él tomando su mano para arrastrarla fuera del salón; y Max no se quejó, porque ciertamente era mejor protegerlo en un lugar con menos gente.
Se subieron a la limusina, y hasta Liam se sorprendió cuando en vez de entrar a la mansión Grissom, el chofer siguió de largo, casi una milla más, hasta las puertas de una mansión diferente.
Su teléfono empezó a sonar y Liam escuchó la voz alegre de su padre:
—Felicidades por tu boda, hijo. Este es mi regalo.
El señor Garret les había regalado su propia mansión por el matrimonio. Liam estaba en las nubes y, al mirar a Max, vio que ella sonreía de oreja a oreja.
—¿No te parece genial? —preguntó.
—La verdad es que sí —respondió Max honestamente, porque ya imaginaba toda la vigilancia y la seguridad que iba a ponerle a aquella casa sin que nadie interfiriera—. Nunca me he sentido tan… feliz.
—Bueno… esposa… ¿qué te parece si comenzamos esta luna de miel…?
Pero en el mismo momento en que se giró hacia Max, se encontró con una mirada fría y controlada, y un dedito que se movía de un lado a otro diciendo que no.
—¿¡Eh!?
—Que no, cielo, que no —confirmó ella—. Que no me voy a acostar contigo. La primera vez fue un plus, y ahora estoy salvando tu real trasero, pero lo que quieras de mí, de ahora en adelante, te lo tienes que ganar.
A Liam casi se le desprendió la quijada.
—¿¡Es una jodida broma!? ¡Lo único y literalmente lo único que tiene de bueno este cochino matrimonio es poder acostarme contigo!
A Max se le salió una sonrisa sincera porque a pesar de que era un principito arrogante había algo que sí le gustaba de Liam Grissom: no tenía filtro, y no le molestaba decir lo que quería.
—Bueno, yo estoy esperando un poquito más de beneficios además del sexo, así que contrólate un poco, y veremos si te lo ganas.
Escuchó aquel gruñido de impotencia y luego lo vio darle la espalda y largarse a recorrer la casa. Encontraron la habitación principal y Liam le cerró la puerta en la cara, pasándole el seguro antes de meterse al baño, pero cuando salió, todo mojado y relajado, se dio cuenta de que ella estaba tranquilamente sentada en la cama.
—¿Cómo… cómo entraste? ¡Yo cerré la puerta…!
—Pues será mejor que dejes de hacerlo si no quieres que el titular de los periódicos de mañana sea: “Ex monja pide divorcio al día siguiente de su boda con Liam Grissom”.
Max pasó junto a él contoneándose y se metió al baño… y no se molestó en asegurar la puerta porque él estaba afuera, acordándose de todos sus ancestros y odiándola intensamente.
Salió unos minutos después, con un pijama cómodo, y se acostó en la cama.
—¿En serio vamos a dormir juntos? —rezongó él.
—Lo prometiste, esposito querido —suspiró Max—. Así que trae tu trasero aquí y a dormir.
—Te odio. Te odio mucho… —gruñó Liam.
Pero ni siquiera había llegado a la cama cuando los primeros flashes comenzaron a iluminar la habitación.
—¡¿Pero qué carajo es esto?! —Max se sentó en la cama y se tiró del cabello con frustración—. ¿Qué es esta locura?
Liam se acercó para abrir las cortinas y vio que todos los periodistas estaban esperando delante de la casa.
—¿Qué coño les hace pensar que tienen derecho a nuestra intimidad? —gruñó ella, ya totalmente fuera de sí.
—No somos desconocidos —murmuró él mirando por la ventana y ella se quedó de piedra—. ¡Mierda! Esto siempre será así…
Max apretó los dientes, con tantos pajarracos revoloteando alrededor no iba a poder hacer bien su trabajo. ¡Y ella no iba a permitir eso!
—¿Quieres apostar? —siseó y se lanzó de la cama, caminando con decisión fuera del cuarto.
Liam corrió tras ella, porque tenía mucha cara de loca, y la siguió hasta el garaje.
—Tú… ¿qué vas a hacer? —preguntó viéndola revisar las máquinas de lavado a presión.
—Tengo insomnio, voy a limpiar el jardín. ¿Vienes?
Max tiró de una de las máquinas y Liam no tenía idea de lo que iba a hacer, pero agarró otra y fue tras ella. La vio conectar mangueras que él ni sabía para qué eran y un segundo después se paró frente la reja de la entrada y accionó su máquina.
El chorro de agua a presión lanzó hacia atrás al primer periodista y después de eso delante de ellos había una bandada de gente corriendo para escapar del agua.
La cara de Liam fue primero de sorpresa, pero luego accionó su propia máquina y le siguió el juego. No podía negar que era divertido.
—¡Esta es una puñetera propiedad privada! ¡Lárguense! —gritó Max mientras movía aquella máquina como si fuera una ametralladora.
Diez minutos después ellos también estaban empapados, pero ya no había ningún periodista a la vista.
—Te odio… pero al menos eres divertida —sentenció Liam siguiéndola dentro de la casa.
Pero mientras caminaba tras ella se dio cuenta de que una de las manchas de sus pisadas sobre el suelo blanco no era de agua y barro.
—¡Oye, oye! —exclamó levantándola en brazos y Max se sujetó de su cuello, tensa—. Estás sangrando.
Max miró al suelo viendo la mancha.
—No… no me había dado cuenta.
Liam la llevó hasta la bañera de su cuarto y la sentó al borde, abriendo la llave y limpiando aquella…
—No es una herida es… ¿te raspaste la planta del pie?
Max recordó que había corrido descalza sobre el asfalto para escapar mientras le disparaban, pero solo se encogió de hombros.
—No es nada, no me duele. Ya mejor vamos a dormir.
Liam suspiró, pero asintió y la ayudó a salir de la bañera. La metió en su cama y se dirigió a la puerta para irse a dormir a otro cuarto. No quería estar demasiado cerca de ella después de todo.
—¡Hey! ¡Ven a la cama y no discutas, dormirás aquí hasta que yo lo diga! —le gruñó Max y Liam la miró con odio.
No soportaba la idea de solo dormir con una mujer, pero la verdad era que estaba tan cansado que apenas apoyó la cabeza en la almohada se quedó dormido.
Sin embargo se despertó solo en la cama a la mañana siguiente, preguntándose a dónde había ido. Se levantó y se dirigió al salón, donde la encontró ya lista, bañada y vestida, viendo la televisión.
—Hola —le dijo Max—, parecías cansado así que no quería despertarte.
—Alguien se levantó de buen humor —rezongó él.
—Claro que sí, mira estos titulares —respondió Max señalando el televisor. Liam leyó la leyenda bajo una foto de los dos.
“LA MEJOR FORMA DE COMENZAR UNA LUNA DE MIEL: Los esposos Grissom se divierten echando periodistas de su propiedad”
—La palabra de orden es “tierno” ¡Piensan que somos tiernos! ¿Puedes creerlo? —se rio Max—. Bueno, esposito. ¿Qué vamos a hacer hoy?
Liam arrugó el ceño y la miró como si fuera un perro parlante.
—Pues yo voy a trabajar y tú… supongo que puedes quedarte aquí a rezar por todos tus pecados… —replicó caminando hacia la cocina para buscar café.
—No, no, no, no… yo voy contigo.
—¡No, no vas! ¡Yo tengo que trabajar! ¡No voy a tenerte de florero en mi oficina! —gruñó él.
—Yo soy un florero muy bonito, no te voy a molestar… solo leeré revistas y me quedaré por ahí…
Liam se desesperó. Si tener sexo era la mejor parte, que lo persiguiera una mujer era definitivamente la peor. Y en ese momento no tenía nada de lo bueno y sí todo de lo malo.
—¡Que no vas, carajo! ¡No voy a tener a una mujer pegada a mí en la oficina como si fuera una garrapata! —espetó, pero Max agarró un sartén por el mango y lo señaló.
—¡Yo no soy una mujer! ¡Soy tu maldita esposa! ¡Y más te vale que me tengas como una garrapata, porque muy cerquita de ti, por lo menos soy controlable! ¿¡Me oíste!? ¡No veas lo que soy capaz de hacer cuando ando sin dueño!
Liam apretó los dientes, pero se largó de la cocina para ir a vestirse. Empezaba el día con un humor de perros, y nada podía solucionar eso.
Media hora después salían hacia el edificio de oficinas de la compañía y todos los saludaban emocionados y los felicitaban por su boda.
Liam aprovechó la primera oportunidad para escabullirse de ella, y como Max sabía que en su oficina estaba seguro, aprovechó para meterse en la del señor Grissom.
—Max… espero que mi hijo no te esté dando demasiado trabajo —sonrió el hombre al verla, porque le habían agradado mucho los titulares de la mañana.
—No demasiado, está bastante bien entrenado tu muchacho —respondió Max antes de poner frente a él una hoja de papel con una lista.
—¿Te gustó la casa?
—Es apropiada y fácil de defender —admitió ella—. Pero necesito todo esto para trabajar… y dos hombres de confianza, yo misma los elegiré.
El viejo Grissom leyó la lista y asintió.
—Tendrás todo esto para el final del día…
—¡Ah! Otra cosa. El ejército tiene un contrato con un laboratorio, y estuvieron haciendo chalecos blindados de grafeno, hasta ahora solo son prototipos, pero estoy segura de que usted y el General tienen muchas conexiones. Es un blindaje flexible, micro ventilado, ergonómico y ultradelgado. Necesito que me consiga dos, ya le mandaré las medidas.
Salió de allí sin decir otra palabra, y se dirigió a la oficina de Liam, solo para encontrarse el cuadro más asquerosamente conmovedor que había visto en su vida: Una chica sentada en el suelo, abrazada a una pierna de Liam, llorando desconsoladamente, mientras su flamante esposo estaba rojo de la frustración.
—¡¿A esta también le tengo que echar agua?! —siseó Max.