Scott Hamilton era un hombre de treinta y cuatro años, medía uno ochenta y ocho y pesaba ciento doce kilos. Tenía tatuada gran parte de la mitad derecha de su cuerpo y sus ojos eran de un azul aguamarina clarísimo.
Le gustaba el kick-boxing y los autos rápidos, con una predilección especial por los Ferraris; y lo no-humano que más amaba en el mundo era a Beast, su mastín italiano.
Había heredado una pequeña fortuna en la industria de calzado gracias a su padre, pero en el momento en que habían puesto aquella empresa en sus manos la había vendido y había usado el dinero para levantar un imperio en el sector de la tecnología. Creaban los mejores videojuegos y las mejores consolas. Tenía miles de profesionales trabajando para él y su solo nombre se había convertido en una marca.
Las revistas lo catalogaban como uno de los diez solteros más codiciados del planeta, así que si Scott Hamilton tenía algo de sobra, era mucha seguridad en sí mismo… ¡Y aquella mujer desgreñada y bocona se la había pisoteado en un segundo!
—Cuando se trata de Alexa Carusso, tengo dos problemas —le dijo esa tarde a su perro, mientras le lanzaba la pelota en los jardines de su mansión. Sobra decir que nadie lo entendía mejor que Beast—. ¡Me gusta! Me gusta para bajarle las bragas, darle veintitrés nalgadas y follármela salvajemente donde quiera que la encuentre, da lo mismo si es un ascensor o el escritorio de mi oficina. ¿Eso es raro, verdad? —El perro ladeó la cabeza y sacó la lengua—. Y el otro problema es que ella no parece tener ninguna intención de dejarme hacérselo. ¡Así que la odio! ¡Es engreída, respondona… y cuando la veo se me paran hasta los pensamientos, Beast!
El mastín ladró, alcanzó la pelota y la sacudió tan fuerte que acabó rompiéndola.
Scott chasqueó los dedos y lo señaló.
—¡Exacto! ¿Ves? Por eso eres el mejor —rio acariciando a Beast—. Vamos a darle una lección a la Señorita Striptease.
Así que al día siguiente, cuando Alexa Carusso entró en la oficina del CEO, no tenía ni idea de lo que le esperaba.
Scott la miró con una sonrisa sarcástica y se aguantó todos los demás instintos. Sin siquiera saludarla le hizo una seña para que lo siguiera y la llevó a la sala de juntas, donde estaba reunido hasta el último ejecutivo Senior de aquella empresa. Los más importantes, los más poderosos.
—Damas y caballeros, quiero presentarles a Alexa Carusso, una de nuestras analistas —anunció con tono grave—. Alexa ha descubierto que uno de ustedes me está robando, o al menos trató de hacerlo.
Todos los presentes la miraron con odio y Alexa se giró hacia él, frunció el ceño y apretando los puños.
—Fue muy astuta —continuó Scott rodeando la mesa para ponerse a su lado y darle una palmadita en el hombro—. Debemos estar agradecidos porque gracias a ella podremos atrapar al ladrón. Malcovich ya fue despedido ayer, pero la señorita Carusso asegura que estaba protegiendo a uno o varios de ustedes. —Alexa se sonrojó, pero no dijo nada. Todos los ojos estaban fijos en ella y en Scott—. Así que ella se encargará de investigar a fondo y descubrir quién diablos me está robando para que yo pueda despedirlo como se merece. Ahora, quiero que trabajen en estrecha colaboración con la señorita Carusso, y que le hagan la vida… muy fácil.
Los murmullos de disgusto se levantaron en la junta, porque en un segundo había pasado de ser una analista a ser la auditora que le arruinaría la vida al menos a uno de ellos.
—¡Ah, por cierto! Alexa Carusso también será a partir de hoy la supervisora de todos los analistas financieros —añadió el señor Hamilton acercándose a ella y estrechando su mano con una mirada penetrante y una sonrisa capaz de derretir los polos—. Felicidades por su ascenso… señorita Carusso. —Arrastró aquellas últimas palabras con tono sensual y la dejó sola frente al pelotón de fusilamiento.
Scott se fue a su oficina, se sentó, cruzó las piernas sobre el escritorio y contó con los dedos.
—Cuatro… tres… dos… uno…
—¿¡Cómo se te ocurrió hacer eso!? —gritó Alexa entrando otra vez sin pedir permiso y azotando la puerta—. ¡¿Te crees que esto es un juego?!
—¡Claro que no! —respondió Scott, irritado—. Solo quiero saber quién me está robando y voy a hacer todo lo necesario para averiguarlo. Además, acabo de darte un ascenso —le espetó levantándose y acercándose a ella—. ¡Deberías estar agradecida!
—¿Pero te creerás que soy estúpida? ¡Lo que hiciste fue echarme a los lobos! —replicó Alexa—. Pude haber llevado la investigación en secreto, ¡y en lugar de eso me expusiste!
—¡Ah, sí! Bueno… eso fue para que la próxima vez lo pienses dos veces antes de responderme como si yo fuera tu empleado y no al revés —siseó Scott.
Alexa se quedó frente a él, enfurecida. Miró sus fríos ojos claros y supo que aquel hombre era un hueso duro de roer.
—¿Te das cuenta de que solo estoy tratando de salvarte el trasero, niño bonito? —murmuró desafiante.
—Pues de aquí en adelante me lo salvas con más respeto, y es “señor Hamilton” para ti —replicó él.
Alexa se mordió el labio inferior intentando contener las ganas de golpearlo, pero acabó caminando despacio hacia él y pegándose a su cuerpo mientras tenía que mirarlo hacia arriba.
—Usted —remarcó jugueteando con su corbata y lo agarraba por las solapas—, me ha dado el mayor desafío de mi vida.
—¿¡Ah, sí!? ¿Cuál? —preguntó Scott antes de que Alexa tirara de su saco y lo inclinara sobre su boca.
—No matarlo… antes de comérmelo.
No dijo otra palabra. Retrocedió con una sonrisa sarcástica antes de girarse y salir de la habitación a grandes zancadas.
Scott Hamilton se apoyó en el escritorio y soltó todo el aire que había contenido, dándose cuenta de que tenía el corazón desbocado como un caballo de carreras.
—¡La odio! —gruñó con rabia, pero un instante después sonrió al darse cuenta de que su venganza ya estaba en marcha.
A partir de ese día el ascenso de Alexa Carusso sería su condena. Los ejecutivos la odiaban y sus propios subordinados, el resto de los analistas, la detestaban por haberle quitado el trabajo a su antiguo supervisor.
A medida que pasaban los días, Alexa se encontraba hundiéndose más y más en un pozo de desesperación. Su trabajo en la empresa de Scott Hamilton tenía un claro objetivo, pero rápidamente se convirtió en una pesadilla al ser constantemente menospreciada y acosada por el resto de sus compañeros.
Presentar quejas en Recursos Humanos era inútil, porque parecía que el mismo jefe lo permitía. La trataban con desprecio y falta de respeto, y todos trataban de mangonearla.
Pero a pesar de su frustración, Alexa se negó a dar marcha atrás. Se empeñó en aquella investigación para encontrar al culpable del robo de una vez por todas, costara lo que costara. Estaba segura de que entonces Scott Hamilton se arrepentiría de haberla tratado tan injustamente.
—¡Wow! ¡Esa es mucha agua! —murmuró Scott una semana después, entrando al ascensor y viendo el charco que había a los pies de Alexa.
Alguien había activado los rociadores de su oficina para mojarla entera.
—¡Malditos! —exclamó ella, pensando furiosa en todo lo que habían destruido.
Sin embargo, Scott se limitó a sonreír, satisfecho por la muestra de venganza de sus colegas. Aunque estaba claro que Alexa no lo veía de la misma manera.
—¿Le parece gracioso? —lo increpó.
—Solo fue una broma pesada. —Scott se encogió de hombros.
—¿Sabe cuántos documentos importantes se echaron a perder en esa broma pesada? —le dijo Alexa y él la miró directo a los ojos—. ¡Usted sabía que esto iba a pasar y no le importa! ¡Me están atacando mientras trato de hacer mi trabajo! ¡Sus ejecutivos me hacen la vida difícil y el equipo de analistas no me ayuda porque “alguien” esparció el rumor de que conseguí el ascenso acostándome con usted!
Scott se rio a carcajadas. Bueno, ese “alguien” había sido él mismo, solo que no iba a reconocerlo delante de ella.
—¡Ay, muñeca, ya quisieras! —siseó él con arrogancia.
—¡¿Dis-cul-pa?! —rugió Alexa.
—¡Que ya quisieras que te tocara manejar este Ferrari! —contestó Scott mirándola a los ojos y luego mirándose la bragueta sin ninguna vergüenza.
—¿Ferrari? —siseó Alexa—. ¡Con la sobrecompensación que tienes, niño bonito, lo que debes tener ahí es un Mini Cooper con dos llantas pinchadas!
El puño de Scott Hamilton se estrelló violentamente contra el botón de detener el ascensor y Alexa apenas tuvo tiempo de ahogar un grito cuando sintió sus manos alzándola por las caderas contra una de las paredes de metal. En un segundo el espacio se perdió entre ellos y Alexa sintió todo el cuerpo de aquel hombre empujándose contra el suyo.
La única lucha era cerrar las piernas, pero en el aire y con él en medio de ellas era imposible.
—¿Quieres repetir eso, mujer? —gruñó él contra su oído, sujetándola firmemente de las caderas, mientras aquella excitación que le corría por las venas comenzaba a destacar una violenta erección contra las bragas de Alexa.
—¡S-suéltame! —balbuceó ella, mordiéndose el labio inferior con fuerza.
—¿Estás segura? —sonrió Scott—. Porque aquí abajo se nota que tú estás tan jodidamente caliente como yo.
Alexa cerró los ojos y ahogó un gemido. Lo que había entre sus piernas, presionando contra todas las telas que los separaban, era monstruoso, pero hacía reaccionar su piel como si fuera electricidad. La boca de Scott Hamilton tomó la suya en un beso salvaje y devorador, y cuando sus lenguas se entrelazaron, una de las manos del hombre abandonó su cadera para ir directo a la parte posterior de su falda y tirar de ella con fuerza hasta que sintió sus dedos en la carne desnuda de aquellas nalgas.
La lengua de Scott se movía en su boca con una habilidad devastadora y Alexa sintió como si estuviera siendo devorada por un incendio. Sus manos trataron de rechazarlo, pero terminaron recorriendo el cuerpo de Scott, sentía los músculos duros y definidos a través de la camisa y cómo su propio cuerpo la traicionaba, rindiéndose.
Un segundo después él dio un paso atrás y la liberó, viéndola respirar entrecortadamente.
—Bueno, parece que el Mini Cooper igual consiguió acelerarte —dijo con sarcasmo mientras el ascensor se movía de nuevo.
—¡Eres un animal! —gruñó Alexa con rabia, luchando por aguantarse las lágrimas al borde de los ojos.
—No tienes una idea —replicó Scott con una sonrisa antes de chasquearle los dedos—. ¡Ahora a trabajar! ¡Vamos! Tienes un ladrón que encontrar.
Alexa salió de allí aguantándose las ganas de matarlo. El día pasó lentamente mientras intentaba concentrarse en su trabajo y olvidar que estaba empapada y con frío, pero parecía que nada podría distraerla de aquella pesadilla laboral.
Por fin llegó la tarde, pero tenía demasiado trabajo como para irse a casa. Arrastró los pies hasta el pequeño salón de descanso de su piso y todos los que estaban allí salieron al instante como si estuviera apestada.
—¿Es mi impresión o la señorita Carusso tiene mala cara? —le comentó Scott en tono jocoso a uno de sus ejecutivos—. Esa mujer es un témpano de hielo, pero hoy lo parece más que nunca.
—Bueno, no se preocupe —rio el otro hombre—, le aseguro que está a punto de calentarse mucho.
Por algún motivo aquel comentario no le hizo gracia a Scott. Miró a Alexa, que estaba encendiendo la máquina de café, y un extraño presentimiento le atenazó el pecho.
—¿Qué quieres decir? —le gruñó al hombre junto a él, pero no hubo tiempo para una respuesta.
Un instante después se escuchó una pequeña explosión, el sonido de la tapa de aquella cafetera contra el techo y el golpe sordo de un cuerpo contra el suelo.