Engaño del destino (Serie Nuevas Oportunidades)

PREFACIO

 Joao esperaba impacientemente en la sala contigua al pabellón de cirugía, la noticia del nacimiento de su segundo hijo, como era una cesárea que le iban a practicar a su esposa, no le permitieron la entrada. Caminaba de un lado a otro, pidiéndole al cielo porque todo saliera bien, un mal presentimiento se instaló en su pecho oprimiéndolo como una fuerza arrolladora, el miedo recorrió su espina dorsal.

—¡Dios mío! Por favor, cuida a mi hijo y a mi esposa, no permitas que nada malo les suceda, te lo suplico —oró en voz alta, mientras se sentaba en una de las sillas en la sala, con las manos sosteniendo su cabeza, el miedo lo recorría amenazante, añoraba que el tiempo pasara y poder ver a su esposa y a su bebé sanos y salvos.

Por más intentos de controlar sus emociones estas estaban desbordadas, se sentía como un niño quien teme a la llegada de la noche.

Veía a los doctores pasar, las enfermeras entraban y salían, entre gritos y lamentos de personas a quienes le daban la noticia de la pérdida de alguno de sus seres queridos, entretanto él se aferraba a la esperanza, los minutos se le hicieron eternos, y la angustia crecía en su interior.

Se levantó de su asiento y caminó al estacionamiento, sacó la cigarrera, tenía mucho tiempo de no fumar, a su esposa no le gustaba y por ella dejó esa costumbre, no había nada que no hiciera por lograr su felicidad, sin embargo, en ese momento, la ansiedad que sentía lo obligaba a hacerlo, porque estaba a punto de enloquecer, temía que su corazón explotaría en cualquier momento, encendió el cigarrillo y comenzó a dar grandes caladas, para segundos después expulsar el humo.

Los recuerdos de cuando la conoció vinieron a su mente, apenas tenían diecisiete años, habían entrado ambos a la universidad, aunque él estaba en un semestre superior, coincidieron en el cafetín de la facultad, ella era la única hija de los Ferreira, iban caminando de prisa cuando se tropezaron, ella era una castaña ojos verdes, apenas vio esos ojos le atrajo como la miel a la abeja, sin embargo, en ese momento no era amor, solo era deseo, empezaron a salir y el día de su cumpleaños número dieciocho intimaron, a pesar de haber usado protección, fueron de ese 3% que corren riesgo y Annetta quedó embarazada, eso cambió por completo el mundo de ambos, porque a pesar de tener el amor de sus padres, estos se molestaron y quitaron toda ayuda económica, de esa manera aunque ambos eran hijos de familias adineradas, debieron asumir su responsabilidad, él debió dejar la universidad en el diurno y conseguir un trabajo.

Al principio hubo mucha tensión entre ellos, culpándose mutuamente de lo sucedido, sin embargo, al nacer su primer hijo, la emoción los embargó y prometieron, comenzar de cero y sin recriminaciones y por el bien de su hijo, así fue, con los meses el deseo entre ellos se convirtió en amor, mientras él trabajaba y estudiaba ella cuidaba al bebé, luego, al cumplir un año, lo ingresaron a la guardería para que ella estudiara, mientras Joao comenzaba a construir su imperio económico desde cero, más de tres años habían pasado y era mucha el agua que corrió debajo del puente, eran una familia feliz, nunca se imaginó amarlos con tanta intensidad y ahora estaba allí ansioso, con miedo a que el destino le quitara lo más hermoso de su vida, su familia, apagó el cigarrillo y lo tiró en el cesto de basur4.

Apenas entró, salió una enfermera con un semblante de tristeza, lo miró con lástima y expresó.

—Lo siento mucho —las palabras de la mujer lo dejaron por un segundo aturdido, aunque una parte de él sabía el significado de esas palabras, otra se negaba a procesarlas, prefirió hacer caso a esta.

—No la entiendo ¿Qué siente? —preguntó mientras su corazón golpeaba con frenesí en su pecho.

—Hicimos lo humanamente posible, pero no pudimos…—hizo una pausa larga y suspiró—. No pudimos salvar a su esposa, solo pudimos salvar al niño, pero ella está muerta.

Las palabras de la mujer se enterraron en su pecho como un filoso puñal, cayó de rodillas al suelo, mientras las lágrimas cruzaban su rostro.

—Eso no puede ser verdad, mi esposa está viva, ¿Cómo puede mentirme de esa manera? Por favor no juegue con eso —expresó negándose a creer en esas palabras.

—Venga conmigo —fue la respuesta de la mujer.

Como pudo se levantó, las piernas le pesaban, daba la impresión de cargar toneladas de hierro en cada una de ellas. Se sentía que estaba en un mundo irreal, siguió por inercia a la enfermera, cuando entró a la habitación, vio a su esposa allí parecía un ángel, su rostro del color del alabastro, sus labios pálidos y ojos cerrados, no aguantó más y se derrumbó encima de ella.

 —Ann mi amor, debes despertarte, por favor levántate, tenemos que buscar a nuestros hijos, vamos a ir a la playa a pasear como tanto te gusta —se negaba a creer que su vida se había ido, a pesar de sus palabras y de que la tomó por los brazos para despertarla, ella permanecía allí sin moverse, ajena a todo, pues ya su alma había partido.

—Señor Oliveira, lo siento, ella no va a responderle se ha ido —manifestó la enfermera con lástima.

 —No, usted no sabe nada, mi Ann no puede dejarme ¡Ann! ¡Ann! ¡Despiértate! ¿Cómo vas a irte? ¿Cómo podría vivir sin ti? Por favor no me condenes a una muerte en vida —exclamaba con su alma ardiendo del dolor, sentía su pecho oprimirse y el mundo derribársele encima, de solo pensar en enfrentar la vida sin la mujer amada.

 CAPÍTULO 1. Dolorosos recuerdos

Quince años después

Joao veía el vaso en su mano, mientras lo giraba de un lado a otro, perdiéndose en esos recuerdos del pasado. Su alma le dolía como si la hubieran desgarrado por dentro, cada vez que recordaba aquel infeliz día en que todo su mundo se derrumbó. Apretó el vaso con más fuerza, hasta que sintió sus dedos blancos del esfuerzo. Sí, aquel fue el día en que la vida le arrebató lo que más amaba en el mundo.

La muerte de su esposa, Ann, había sido como recibir un puñal en el corazón, una herida que jamás cerraría. Era como si el tiempo se hubiera detenido el día en que ella murió, todo era una pesadilla y aunque despertara mil veces, la realidad era igual de cruda. Aunque trataba de no pensar en ello, siempre terminaba reviviendo aquel fatídico día en su mente.

Trató de darle lo mejor a sus hijos, por ellos debió ser fuerte y no se enterró en el hueco junto con ella, que era lo que le provocaba.

Sintió el líquido caliente del licor, correr por su garganta, quemaba, y eso lo aliviaba, porque mientras más se sumergía adormeciéndose con el alcohol, iba cayendo en la inconsciencia, para que el dolor no siguiera lastimándolo.

Su teléfono repicó y se quedó viéndolo con duda, no quería ni hablar ni estar con nadie, solo deseaba perderse en sus recuerdos, para encontrarse con ella, por un momento lo ignoró esperando que la persona al otro lado de la línea desistiera, sin embargo, la insistencia del celular lo obligó a estirarse un poco, para alcanzar el extremo de la barra donde lo había dejado.

El celular le mostró un número desconocido, se volvió a sentar en el banco y apretó el botón verde para hablar.

—Bueno —dijo en un tono seco y distante.

 —Joao soy yo, ¿Estás bien? Tengo una extraña sensación, como si algo fuera ocurrir —le dijo Libia con preocupación.

Libia era una amiga con derecho, tenía casi cinco años saliendo con ella, y en algunas ocasiones tenían encuentros íntimos, aunque ella siempre había aspirado, en convertirse en algo más, y así hubiese sido, si sus hijos la hubieran tolerado, pero ni ella se llevaban bien con ellos, ni ellos con ella.

—No pasa nada, no quiero estar con nadie… puedes dejarme en paz.

—No, no puedo dejarte así, ¿Qué te pasa? Siempre en esta época bebe, te pones triste, déjala a ella atrás, tienes que superarla y seguir adelante.

—No sé cómo hacerlo, Libia. Ann era todo para mí, sin ella me siento perdido. No sé cómo ser feliz sin ella, se me olvidó ser feliz sin que ella esté a mi lado —le confesó Joao con tristeza.

—Ya no puedes dejarte vencer por el dolor. No puedo dejarte solo, sé que me necesitas en este momento… tienes que entender que estoy para ti —dijo la mujer con firmeza.

—¡Yo estoy contigo Joao! ¿Hasta cuando vas a llorar por ella? ¡Ella está muerta! ¡Yo estoy viva! Entiéndelo de una vez, no va a regresar, no puedes seguir viviendo en el pasado. Debes darte una oportunidad de ser feliz, con una mujer que te ame y que esté dispuesta apoyarte en todo, en lo personal y en tu empresa y yo soy esa mujer —declaró enfática.

—¡No! Estás siendo demasiado insistente Libia. Entiende que mi único deseo es ¡Estar solo! Y mi única prioridad son mis hijos.

—Ya tus hijos no son unos niños, a la edad de tu hijo Jonatán, ya tú eras padre, los has consentido demasiado, si tan solo…

—¡Detente Libia! Yo seguiré siendo su padre, así ellos tengan cien años. No te metas con mis hijos, eso es un tema intocable… por ellos soy capaz de todo.

—¿Hasta de sacrificar tu felicidad por ellos? —debatió la mujer.

—Ellos son mi felicidad —respondió con vehemencia.

—Algún día se irán ¿Qué va a ser de tu vida? —insistió la mujer—. Tenemos que hablar… dime ¿Dónde estás? Y yo llegaré allí.

—¡No! ¡Déjame solo!  Esta conversación ha llegado a su fin —Gritó.

Cortó la llamada y siguió consumiendo trago tras trago de licor, mientras cantaba las canciones que se escuchaban en el fondo, su corazón se había hundido, no quería a nadie a su lado, era mejor ser solo en la vida, además, sus esperanzas se habían ido desde su partida, y se había llevado hasta su corazón con ella, ya no le quedaba nada que ofrecer, pues su alma había muerto junto con Ann.

—¿Qué más puedo hacer? ¿Cómo puedo encontrar una paz para esta agonía? Dolor es todo lo que siento… ¿Cómo se saca tanto dolor? —dijo en voz alta, colocando su cabeza entre sus manos mientras sus ojos se fueron cerrando lentamente.

El bartender lo vio inconsciente y tomó su teléfono, lo conocía, porque siempre para el aniversario de su boda, de la muerte de su esposa y el día de su cumpleaños, hacia lo mismo.

—Aló, señor Lombardi —habló después de varios repiques, por su tono de voz supo que lo había despertado—, aquí está su amigo.

“¿Borracho?”

—Sí, sabe que es inevitable que no termine de esa manera.

“No lo dejes ir, yo iré a buscarlo, en veinte minutos estoy allí”.

Pasaron los veinte minutos y allí estaba el hombre.

—Ay amigo ¿Por qué te sigues haciendo esto? ¿Cuándo vas a enamorarte otra vez? —le dijo mientras lo ayudaba a levantarse.

Joao sonrió.

—Tú… te quedaste con la única chica… que lo hubiera podido hacer —le respondió con tono enredado.

—Es que no debiste poner el ojo en la chica equivocada —le respondió Liuggi y el hombre se quedó en silencio—. Vamos a tu casa.

—¿Y mi auto? —interrogó Joao.

—Lo dejaremos en el estacionamiento del club y mañana vienes a recogerlo —le respondió su amigo y Joao no lo debatió.

Lo subió al auto, condujo por veinte minutos, cuando llegó a la mansión de Joao que iba a llevarlo al interior de la casa, Joao lo detuvo.

—Yo… camino solo… no soy un inútil ¡Déjame! —ordenó.

Liuggi desistió de llevarlo hasta su habitación, solo lo observó mientras entraba y cuando lo vio cerrar la puerta, arranco su auto.

Joao entró dando trompicones, se llevó una mesa en la sala y emitió una maldición.

—¡Maldit4 sea! —gruñó.

Siguió dando tras pies, así subió las escaleras, agarrándose de la pared, hasta entrar a su habitación, ni siquiera encendió la luz, se desvistió en la oscuridad, se quitó todo, quedándose por completo desnudo y se lanzó en la cama sin ceremonia, cuando extendió sus piernas, sus brazos, encontró un delicado y cálido cuerpo femenino, que con un solo toque lo encendió por completo.

 CAPÍTULO 2. Lo que el destino quiera

 Durante el día

Arabella había llegado temprano a la facultad esperando poder conversar con Jonatán, su novio. Se habían quedado ver en el cafetín a primera hora, pero ya tenía más de media hora esperando y aún no se había aparecido.

—Amiga, deberías llamarlo, porque creo que lo más probable es que se olvidó de ti —dijo Carina, su amiga, mirándola con preocupación.

—Déjame y le marco —la jovencita tecleó el número de su novio y le atendió al tercer repique.

Al otro lado se escuchó la voz de sueño.

“Aló, sí”.

—Jonatán, ¿Aún estás durmiendo? —preguntó ella con incredulidad.

Al escuchar la voz de la joven el chico se despertó de inmediato.

“Ara mi amor, lo siento, sé que había quedado contigo de vernos temprano… pero me quedé dormido, lo siento… dame diez minutos y estaré contigo allí” se excusó con un tono de preocupación.

—No te preocupes, no vale la pena que salgas corriendo a buscarme… ya va a ser la hora de entrar a clases —dijo la chica con tristeza.

“Mi amor, por favor, no te enojes conmigo… te prometo que voy a compensarte… puedo invitarte a comer a mi casa, hoy no estará mi padre y mi hermano, se irá a pasar la noche con mis abuelos, podemos tener la casa para nosotros solos”.

—Luego hablamos de eso… no sé si eso será buena idea, lo de verme sola contigo yo… —antes de poder hablar, él la interrumpió.

—Ese es otro problema entre nosotros, nunca aceptas venir a mi casa… si sales conmigo siempre estás pendiente de llegar temprano a tu casa… ¿Qué clase de novia eres? —la cuestionó y ella prefirió cortar la llamada.

—Podemos hablar más tarde, debo entrar a clases en unos minutos —respondió, se despidieron y dirigió su vista a su amiga.

—¿Qué pasó? ¿Qué te dijo? —interrogó su amiga.

—Qué se había quedado dormido… —se interrumpió y se quedó viendo a su amiga, quien la instaba a seguir hablando.

—¿Y?

—Quiere que vaya esta noche a su casa, dice que siempre lo rechazó… pero es que yo… sabes que me da miedo quedarme vulnerable y entonces hacer algo que tenga consecuencias… he visto cómo mamá ha tenido que trabajar para sacarnos adelante a mi hermanita y a mí y ella me dice… —su amiga la interrumpió.

—Tú no eres tu madre, tampoco son los tiempos de cuando ella estaba de tu edad… para evitar un embarazo y una enfermedad solo debes usar el gorrito —la debatió Carina.

—Pero no es lo mismo, estuve leyendo que aún los preservativos no son seguros, hay un porcentaje de probabilidades que… —otra vez su amiga la atajó.

—Jonatán tiene razón, es hombre y va a terminar cansándose —su amiga vio el semblante de tristeza de Arabella—. No te lo digo por mal, pero afuera quizás hay mujeres que le darán lo que le estás negando, tienes seis meses de relación y no has dado ese paso, es hora de darle su prueba de amor.

—No tiene por qué ser así, yo quería no tener sexo hasta mi noche de bodas…

—¿De qué siglo te escapaste? Cuando uno ama a una persona quiere compartir con ella todo, compenetrarse, estar a su lado, es lo más hermoso de una relación ¿A menos que no lo ames? ¿Es eso? —preguntó la joven con curiosidad

—Claro que lo amo, y quiero pasar tiempo con él, porque crees que soy su novia —su amiga rodeó los ojos.

—Entonces demuéstraselo, hazlo sentir especial… no seas tonta Ara, no pierdas un buen chico por ser tan mojigata… además, eso no es jabón que se desgasta —señaló con una risita, que hizo reír a Ara—. Y deberías esperarlo aquí, por unos minutos que entres tarde, no pasa nada.

Ella asintió y justo en ese momento venía entrando Jonatán, quien al verla la tomó por la nuca y le dio un beso profundo, que hizo sonrojar a la chica.

—Hola, Ara y Carina —saludó a la otra chica.

—Bueno, será mejor que me retire, no te olvide lo que hablamos —le dijo Carina y ella asintió mientras su amiga se retiraba y su novio la veía con interés.

—¿Me vas a decir de qué hablaban? —preguntó tomándola del brazo y sacándola del cafetín.

—Estábamos hablando cosas de mujeres, pero ¿Para dónde me llevas? —interrogó ella frunciendo el ceño con preocupación.

—Quiero pasar tiempo con mi novia ¿Hay algo malo en eso? —ella negó con la cabeza.

El chico la llevó hacia la zona boscosa de la facultad, donde había unos bancos, se sentó primero él y luego le indicó con voz seria.

—Súbete a horcajadas encima de mí.

Ella se puso nerviosa.

—No creo que sea una buena idea… estamos en un lugar público y alguien pudiera vernos y entonces —dijo la chica y él negó con disgusto.

—No hay nadie aquí, a menos que sean los pájaros y las hormigas, deja de buscar excusas ¿Por qué eres tan agua fiesta? ¿Por qué debes ponerle un, pero a todo? Te dije que te sentaras aquí.

Y sin ella esperarlo, la sentó en su regazo y comenzó a besarla con desesperación, al mismo tiempo que introducía sus manos por el interior de la camisa de la chica, acariciando sus voluptuosas cúspides por encima del brasier, aunque ella sentía el deseo agitándose en su interior, y sintió la humedad de sus fluidos en su bikini, no pudo dejar de sentirse culpable, no se sentía bien con lo que estaba haciendo.

—No te niegues, sé que te gusto… estás ansiosa por esto y la verdad es que yo también —. Te deseo —le susurró al oído con voz ronca y Arabella sintió una leve corriente recorrerle.

—Yo… —titubeó por un momento ella—, también te deseo.

—¿Vas a mi casa esta noche? —preguntó. Ante su pregunta fue evidente la duda en el rostro de ella y él se molestó —. Me está cansando tu mojigatería… soy un hombre y quiero sexo, ¿Crees que puedo vivir así para siempre?

Las palabras del hombre causaron nerviosismo en la joven, bajó la mirada nerviosa, él se la levantó y la sostuvo por el mentón, al mismo tiempo que la recorría con la mirada de su boca a sus pechos.

—¿Por qué te cuesta tanto estar conmigo? Te prometo que te va a encantar, no te sigas negando… siempre dices que eres virgen y que quieres mantenerlo así para tu pareja… ¿Acaso piensas que yo no seré ese hombre? —comentó el chico, ella lo observó nerviosa.

—No es eso… sabes que quiero… —Jonatán la interrumpió.

—Es que no me deseas sexualmente ¿Hay alguien que te guste más? Sincérate conmigo —le dijo con un gruñido.

—Claro que no, no quiero acostarme con nadie… es decir, tú eres el único, con quien quiero estar… pero tengo miedo yo… no sé qué sientes por mí y…

—No te hagas la tonta Ara, —le tomó la mano y la puso encima de su bragueta —. Esto debe darte un indicio de cuanto te deseo y esta noche te lo voy a demostrar… vas a saber qué es lo que siento por ti y puedes estar tranquila de que, si vamos a estar juntos, no voy a ir por ahí con otras mujeres, no es algo que me agrade… —suspiró y agregó—, Te daré esta oportunidad, espero no me falles —sacó las llaves de la casa y se las dio—. Hoy te espero en mi casa, con una sorpresa, la tendremos solos para ti y para mí… es la última oportunidad, de lo contrario… todo acabará entre nosotros ¿Entendiste?

Ella asintió con la cabeza y allí la dejó él, sola y con una y mil dudas en sus pensamientos.

—¿Qué voy a hacer? —se preguntó pasándose la mano por la cabeza en un gesto de desesperación, porque, aunque le gustaba Jonatán, no sabía si lo suficiente para dar ese paso con él.

Suspiró mientras trataba de tomar una decisión, sabía que le había dado muchas largas al asunto ¿Hasta cuando iba a negársele a Jonatán? Su amiga tenía razón, en cualquier momento podía cansarse y buscar a alguien más. Era su novio y estaba claro que quería estar con ella de la manera más íntima posible.

Suspiró y finalmente tomó una decisión, esa noche iría a su casa y se dejaría llevar por la pasión, después que fuera lo que el destino quisiera.

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