Lujuria (Serie 7 Pecados)

CAPÍTULO 1. Juegos perversos

Cuando abrí los ojos supe que no iba a sobrevivir, pero siendo honesta la muerte me parecía la mejor opción en aquel momento, así que de mi boca solo salieron tres palabras:

—Por favor… mátame.

……………………..

Miro de nuevo a la mujer que rebota gimiendo sobre mí y le hago un gesto para que se levante.

—Ya bájate de ahí, McKenna —gruño fastidiado y ella se detiene haciendo un puchero.

—¿Qué pasa Alex? ¿No te gusta?

—Ya me aburrí, quítate.

Se baja y no hace un esfuerzo por taparse con las sábanas porque sabe que no soporto los pudores.

—Si yo fuera Annia no querrías parar —me acusa en voz baja.

Pongo los ojos en blanco porque tampoco tolero los celos. Annia es el mejor trasero de mi colección, pero me la follo como al resto de mis chicas, cuando me parece y si me parece.

—Lárgate, McKenna, no estoy para tus llantos hoy. Vete.

Me meto bajo la ducha y apoyo las manos sobre la pared, viendo cómo el agua corre sobre los tatuajes de mis brazos. Me quedo ahí un rato hasta que mi cuerpo se relaja. Para otros la excitación es algo involuntario, para mí solo es otra de las tantas cosas que he aprendido a controlar a la perfección.

Me pongo mi traje favorito y salgo de mi departamento. Doy un último vistazo a la invitación de bodas que hay sobre la mesa y la rompo antes de echarla a la basura. Me juro que no es la causa de que esté de tan mal humor, pero saber que mi hermano va a casarse con… con ella, y que encima tuvieran el descaro de invitarme… es como si sacara lo peor de mí y en mí vive un maldito monstruo.

En el estacionamiento me espera un Ferrari acabado de estrenar, y hasta la policía sale de mi camino cuando manejo hasta el club.

Le lanzo las llaves al chico de los autos y miro el edificio de ocho pisos al que entraré. El club 7Pecados es una sociedad especial y yo soy uno de los dueños. Los botones del ascensor no tienen números, sino nombres y yo aprieto el del séptimo piso: Lujuria, mi pequeño reino.

Son las siete de la tarde y esto es un avispero porque a las diez abrimos puertas y todas las atracciones deben estar listas.

Junto al cristal de mi oficina, desde la que puedo ver todo mi piso, se me une Dante. Es mi mejor amigo y el dueño del único piso que está por encima del mío: Ira.

—Estás fastidiado —sonríe porque me conoce bien—. ¿Tus chicas ya no te mantienen contento?

Me encojo de hombros.

—No lo sé… Supongo que ya estoy hastiado de la misma rutina: follar, ganar dinero, comer y dormir. Pero sobre todo follar…

Dante levanta una ceja preocupada y me mira.

—Bueno… quizás necesitas cambiar de producto, ¿qué tal si te consigues una mujer inteligente por una vez?

—Los traseros no tienen nivel educativo, Dante. Para correrme no necesito que sea inteligente, solo que obedezca —replico.

—Pues intenta encontrar una motivación, Alexander, porque si el dueño del piso Lujuria se harta de follar, este club se va a ir a la bancarrota —se burla.

Abro la boca para responderle pero antes de que lo haga, una docena de chicas entran chillando a la oficina y me llenan de besos.

—¿Vas a elegir uno hoy? ¿Verdad que sí? —preguntan balanceando la enorme copa de cristal llena de tarjetas frente a mí.

—¿Y esto qué es? —Dante las mira con curiosidad.

—¡Estamos tratando de animar a Alex! —le responde una de las chicas con un guiño coqueto—. Le preparamos lindos escenarios para que juegue con nosotras.

Dante aprieta los labios para aguantar la risa. Mis chicas son muy entusiastas y aman los juegos de rol. Es obvio que piensa que soy un tipo con suerte y no entiende cómo pueden aburrirme.

—En ese caso, yo elijo por él —sentencia—. ¡Por favor que salga “Tarzán y Jane”!

Mete la mano en la copa y saca una tarjeta.

—”Violar a una virgen” —lee.

Las chicas gritan emocionadas, le quitan la tarjeta de la mano y me besan de nuevo antes de salir.

—¿En serio, violar a una virgen? —Dante me mira con curiosidad porque sabe lo que siento al respecto.

En mi piso las vírgenes tienen el paso prohibido.

—Solo es un estúpido juego —replico—. Ya te sabes mi lema.

—”Si la última mujer en el mundo fuera virgen, tú te follarías a las cabras” —recita Dante con condescendencia—. ¿Entonces no sería real?

—¡Claro que no, solo atarán a Annia en uno de los columpios y ella fingirá que grita porque mi verga es demasiado grande!

—¡Es que tu verga es demasiado grande, animal! —se ríe Dante y luego le veo cara de curiosidad—. ¿Y por qué crees que será Annia?

—Porque tiene los mejores músculos, no sabes lo que aprieta la condenada —respondo—. Un día de estos te la voy a dejar en préstamo.

Dante palmea mi hombro y se despide.

—¡Disfrútalo! —me dice y yo le sonrío aunque sé que no lo haré.

La operación comienza a las diez, el piso se llena a reventar de gente en menos de cinco minutos, y eso que solo la entrada se cobra en más de trescientos euros.

A medianoche ya ando pasado de coñac pero todo va sobre ruedas, una de las chicas me trae las últimas facturas, bebo y sonrío viendo un ingreso de ciento cincuenta mil euros en menos de dos horas. Eso me provoca cierta emoción, así que salgo de la oficina y me dirijo a la última puerta del corredor privado. Es mi habitación en el club y ya todo debe estar listo.

La luz es rojiza y opaca cuando entro, haciendo que todo se mezcle entre las sombras.

Del arnés del techo, con los brazos atados a la espalda en línea recta, cuelga un cuerpo pequeño y delicioso. Lleva una mordaza de bola y una venda en los ojos… y un juego de lencería blanca y virginal que me hace odiarla en un solo segundo, solo Dios y yo sabemos por qué.

CAPÍTULO 2. Por favor…

Grita cuando siente mi mano paseando sobre su trasero. Bajo la música porque quiero escucharla y de todas formas el cuarto está insonorizado.

—Debieron advertirte mejor, Annia… odio a las vírgenes, así que espero que de verdad seas capaz de aguantar lo que viene —gruño mientras me quito la camisa y tiro de su cabello para levantarla.

Por un momento me detengo, esta noche tiene un olor especial, no sé qué es pero me hace cerrar los ojos y mi erección se dispara en un segundo. Ella se tensa, sus gemidos se hacen más fuertes al sentirme contra sus nalgas, y yo siento su piel calentándose bajo mis dedos.

—Esto no va a ser agradable —le digo al tiempo que deslizo mi mano entre sus piernas. Ella emite algo parecido a un sollozo y yo disfruto lo indecible—. Te voy a follar hasta que te quedes ronca.

Mis manos recorren su piel, encuentro sus pezones, los pellizco y retuerzo entre mis dedos mientras le acaricio el vientre. Le rompo las bragas y la masturbo mientras meto mis dedos en su coño. Está apretada y disfruto abrirla cada vez más. Mi lengua va a su clítoris y muerdo con toda la intención de hacerle daño.

Es lo único que no puedo controlar, este odio visceral que me hace cerrar los ojos y buscar su orgasmo como si fuera un castigo.

—Quiero que te corras, Annia… —gruño en su oído mientras mi pulgar va a su trasero y se hunde allí—. Quiero que te corras como la puta que eres porque será la única oportunidad que te daré para hacerlo.

Sostengo su cuello con una mano para pegar su espalda a mi pecho y con la otra ataco su clítoris. Apenas llega al suelo con las puntas de los pies pero se retuerce tratando de resistirse.

Mi cerebro entra en esa espiral de lujuria imparable en la que ya no sé ni lo que hago y ella llora.

No quiere disfrutar esto pero lo hace.

¡Joder qué buena actriz es! ¡Eso no me lo esperaba!

Siento su vientre tensarse y su cabeza negando mientras la masturbo violentamente.

Grita, gime, se arquea y su coño comienza a liberarse en un orgasmo que no la dejaré terminar.

La suelto y cae hacia adelante sostenida por el columpio mientras mis manos se cierran sobre sus caderas como garras.

—Ahora ya puedes gritar de verdad —gruño mientras mi verga se hunde de un solo empujón en su apretado coño y ella suelta el alarido más desgarrador que he escuchado en mi vida, y que se ahoga contra la goma de la mordaza.

Mis caderas la embisten sin control y ella se arquea intentando alejarse. La siento apretada como un guante, y no hay nada más erótico en el mundo que esta sensación de controlarla a mi antojo.

—¡Grita! —le ordeno, mientras muevo mis caderas con cada empujón de mi verga dentro de ella. Siento cómo rompe todos sus límites, obligándola a gritar cada vez más fuerte para poder escucharla.

Es como si todo este odio que he acumulado por años pudiera liberarlo por fin en alguien que lo puede soportar.

—¿Te duele, nena? —gruño mientras tengo mis manos entrelazadas con las suyas detrás de ella para hacer más fuerza—. Espero de verdad que sepas aguantarlo, porque esta noche voy a romperte —siseo en su oído con voz ronca y meto mi pulgar de lleno en su trasero—. Voy a hacerte sangrar esta noche, Annia, voy a usar cada pequeña y apretada parte de ti a mi antojo…

Muevo el pulgar y siento esa sucesión de rápidas respiraciones que denotan terror y eso me enciende más todavía. La siento apretarse aún más, y su coño se cierra en torno a mi verga para tratar de resistirse.

Abro sus nalgas y escupo en medio sin dejar de moverme dentro de ella. Su cuerpo comienza a temblar, su calor se mezcla con el mío como si fuera uno solo, sus sollozos ahogados se confunden con mis jadeos y un segundo después mi verga presiona la entrada de su trasero.

La veo pararse en las puntas de los pies y negar, mueve el culo como tratando de alejarse pero es inútil.

—Esto también es mío —gruño—. Te voy a romper, Annia, no va a quedar una sola parte de ti que no duela…

Agarro sus caderas con mis dos manos para que se quede inmóvil. Y lentamente comienzo a penetrar su trasero, sintiendo el estrecho orificio rodeando mi verga como un guante. Muevo las caderas hacia adelante y escucho su grito desgarrador cuando empujo más adentro. Aprovecho para meter las manos en su pelo y tirar de él para que no se pueda escapar.

Saqueo sus entrañas con una furia animal sin dejar de clavar mi mirada en su espalda para ver cada segundo de su tortura. Grita de dolor, un grito ahogado e intenso que me recorre el cuerpo y me hace feliz.

Muevo mis caderas con fuerza, embistiéndola sin control, y ella llora como si le rompiera hasta el alma.

Las embestidas se hacen cada vez más fuertes. No sé cuánto tiempo estoy así. Esa sensación de placer me invade enteramente, estoy tan cerca… Mis movimientos se vuelven descontrolados… estoy tan cerca… ella solo grita y yo empujo. Ella grita y yo río. Ella grita y yo exploto en el maldito clímax más increíble de toda mi vida.

Siento su cuerpo caer hacia adelante, rendida, desplomada sobre el columpio con la respiración agitada. Su voz pasa de un desgarrador grito a un ahogado gemido mientras tiembla y finalmente cede.

Me separo de ella sonriendo. Hacía mucho tiempo que ninguna de mis chicas lograba satisfacerme así, pero ella es especial.

Suelto la mordaza de su boca y la beso por primera vez en la noche. Le revuelvo el cabello con la poca ternura que me queda en el mundo y voy a vestirme.

—¿Estás bien, muñeca, o me puse demasiado entusiasta?

Sé que Annia puede aguantar de todo porque ya lo ha hecho antes, pero su silencio me hace volverme.

—¿Annia…?

No responde, solo cuelga del columpio como si se hubiera desmayado. Maldiciendo enciendo la luz blanca de la habitación y la levanto para verla a los ojos, pero cuando quito la venda mi corazón se detiene.

¡Esta no es Annia!

Las lágrimas en el rostro de esta chica no son fingidas y la sangre que corre por sus piernas tampoco lo es. Ya ni siquiera sostiene su peso, cuelga del columpio mientras yo solo la sacudo intentando desesperadamente que despierte.

Cuando por fin abre los ojos los tiene vidriosos y ausentes, y de esa boca que acabo de besar solo salen tres palabras:

—Por favor… mátame.

CAPÍTULO 3. ¿Sabes lo que estás pidiendo?

El mundo es un lugar en dos tonos: negro de las paredes a mi alrededor y rojo de la sangre que se acumula a los pies de la chica. Corro a la puerta, la abro y grito el único nombre que mi mente recuerda.

—¡Danteeeeeeeeeee!

De los dos guardias que hay al inicio del corredor, uno sale corriendo y sé que irá por él. Me giro y veo a la chica que cuelga, estoy tan aturdido que casi no puedo respirar, pero mis pasos son firmes cuando regreso con ella.

No sé qué demonios está pasando, pero una cosa sí sé: ¡No conozco a esta chiquilla, no debería estar en mi habitación, y mucho menos si era…!

Ni siquiera puedo pensarlo. La desato con brusquedad porque solo quiero sacarla de este columpio lo más rápido posible. Resbala contra mí y la atrapo antes de que caiga al suelo. No despierta. La sacudo. Todo es inútil.

Afuera escucho voces y una orden de Dante.

—¡Quédense afuera, llamen a Maximilien!

Mi amigo entra y se queda de pie en la puerta mientras me ve con la chiquilla en los brazos.

—¡Por dios, Alexander! ¿Qué hiciste? —pregunta con voz azorada—. ¿Quién es esta?

—¡No lo sé! —le respondo desesperado—. ¡Creí que era Annia…! ¡Creí que era Annia!

Dante se fija en ella y no sé por qué no lo soporto.

—¡No la mires! —gruño porque está desnuda por todo lo que le rompí encima—. ¡Maldición, no la mires!

Dante tira violentamente de la manta de la cama y la cubre con ella.

Me ve a los ojos y puedo distinguir la duda.

—Alexander, ¿tú…?

Sé lo que no se atreve a preguntar. ¿Acabo de violar a esta chica? La respuesta es sí, pero no sabía quién era.

—¡Creí que era Annia! —grito con la rabia y la impotencia hirviendo en mi interior—. ¡Tenía una venda, la mordaza… la luz era roja…! ¡Maldita sea, creí que era Annia!

Pero mi rabia no sirve de nada.

—¡Alexander! —gruñe Dante para controlarme—. ¡Tenemos que llevarla al hospital! ¡Ahora!

Asiento y la cargo en mis brazos. No pesa nada. Se desploma contra mi pecho desmayada y cada gota de sangre que cae al suelo desde sus dedos es como un puñal en mi costado. Yo le hice esto.

Dante agarra una camisa mía que está sobre un mueble y echa a andar delante de mí. Apenas vamos llegando al final del corredor cuando nos intercepta Maximilien. Su piso, Soberbia, está por debajo del mío en el edificio.

—¿Qué rayos está pasando? ¿Otra vez los hijos de puta de los Gorki están jodiend…? —Se detiene cuando me ve con la chiquilla en brazos envuelta en una manta y luego mira a Dante—. Me quedo a cargo del club. Vayan.

Ni siquiera pregunta, todos los dueños conocemos perfectamente nuestro lugar. En ausencia de Dante, es responsabilidad de Maximilien asumir el control completo del club y hacer que todo se mantenga en marcha.

Bajamos por el ascensor de servicio y los guardias despejan al personal que hay en el estacionamiento mientras llegamos a una de las camionetas de Dante. Él mismo maneja mientras yo me subo al asiento trasero con la chica en mi regazo y trato desesperadamente de que despierte.

—¿Tienes alguna idea de quién es? —me pregunta mientras nos dirigimos al hospital más cercano.

—No tengo idea —le contesto—. Pero parece muy… ¡diablos, parece muy joven!

—No digas una palabra cuando lleguemos al hospital —me ordena mientras saca su teléfono y hace una llamada—. Octavio, estoy yendo para allá. Esto es muy urgente.

Miro a la chica que está en mis brazos; por un momento siento algo familiar en ella, como si debiera recordarla, pero lo único que viene a mi mente es esa expresión de terror en sus ojos y todos los gritos que le saqué esta noche.

Dante maneja el auto con rapidez y en cuestión de minutos llegamos al hospital. Rápidamente varios médicos se acercan a nosotros con una camilla y me la quitan de las manos.

—¿Qué pasó? —pregunta Octavio.

Es nuestro médico de mayor confianza y un viejo amigo del 7Pecados.

—Violación —murmura Dante en voz baja, acercándose a él—. Al menos eso creemos.

Octavio asiente y enseguida comienza a dar indicaciones para que la lleven a una sala de emergencia privada. Mientras tanto, Dante y yo nos quedamos afuera esperando. Solo quiero que la revisen y me digan que estará bien, pero en lugar de eso veo que empujan su camilla mientras Octavio pide a gritos que despejen un quirófano.

Siento que el pecho me va a estallar de la ira mientras Dante me entrega la camisa y me la pongo.

—Disculpe, señor, pero así no puede estar en el hospital —dice una voz detrás de mí y veo que el enfermero señala mis pies descalzos. Ni siquiera recordé ponerme zapatos.

Lo miro como si fuera a arrancarle la cabeza y en este momento casi juro que puedo. El enfermero retrocede, y Dante tira de mí para alejarme. Me lleva a una de las salas de espera frente al quirófano y mis dedos van a mi cabello, tirando de él como si así pudiera entender qué diablos fue lo que pasó.

Durante dos horas él no dice nada y yo tampoco, hasta que Octavio sale de nuevo.

—Está estable, es posible que logre recuperarse… al menos físicamente —dice, pero puedo notar la duda en su voz.

—¿Por qué la llevaron al quirófano? —pregunto.

—Tuvo una hemorragia por lesiones severas en el cuello del útero —explica—. Si empezamos con el hecho de que era virgen y terminamos con que quien sea que hizo esto parecía que quería matarla… bueno, creo que solo logró sobrevivir porque la trajeron a tiempo.

Siento que mis dientes estallarán uno contra otro, estoy al borde de perder el control cuando escucho a Octavio decir:

—El hospital está obligado a reportar esto a la policía. ¿Llamo a Iván?

Me mira y niego, Iván es el capitán de la policía del distrito, otro amigo con el que siempre se puede contar.

—No te molestes, lo llamaré yo mismo —siseo porque soy el más interesado en saber quién carajo provocó esto.

—Bien, aunque honestamente no creo que ella esté en sus cinco sentidos para declarar, esa niña va a despertar en el infierno —murmura.

Toda mi ira se transforma en impotencia y me acerco a él.

—¿Qué quieres decir? —gruño como si fuera un animal acorralado.

—Bueno… realmente tiene heridas muy dolorosas, cuando despierte estaremos tratándola con morfina pero…

—¿Cuánto va a demorar en sanar? —pregunto y Octavio mira a Dante porque parece notar que no estoy en mis cabales.

—Dos… dos semanas…

—Duérmela —le ordeno y abre mucho los ojos.

—¿Qué? ¿Sabes lo que estás pidiendo? ¿Quieres que la tenga en coma inducido dos semanas? —se espanta.

—Eso mismo, Octavio, no la dejes despertar hasta que esté sana ¿entiendes? ¡No quiero… que pase… ni otro segundo de dolor! ¿Me entiendes? ¡Ni otro segundo! —Apenas logro hablar entre los dientes de la rabia que cargo y Octavio es capaz de ver al monstruo que soy en realidad, así que asiente.

—Está bien… pero tienes que entender que el cerebro sufre cuando se está tanto tiempo en coma inducido, esto va a dejarle secuelas en su fuerza, en su memoria, quizás en su lenguaje…

—Estoy dispuesto a correr el riesgo —sentencio—. Peor de lo que está ahora, créeme, ya no va a estar.

Me doy la vuelta y salgo de allí con Dante pisándome los talones y apenas le da tiempo subirse al auto cuando ya estoy conduciendo de vuelta al club.

—Alexander, primero tenemos que averiguar si esto fue una trampa o una equivocación —dice con tono conciliador porque sabe que cuando mi cerebro se calienta ya no piensa.

—¡Claro! —gruño en respuesta—. ¡Si puedes decirme cómo una virgen colgada en un columpio dentro de mi cuarto puede ser una maldita equivocación!

Deja un comentario