CAPÍTULO 1. ¿Eres tú, Satanás?
—¡Mi vida no tiene nada de drama! —se quejó Mimí bebiendo el tercer shot de tequila de la noche.
—¡Oye, suavecito, no te me emborraches tan pronto! —se quejó Mónica, su mejor amiga desde que eran niñas.
Estaban sentadas en la barra de aquel bar, poniéndose al día después de que Mónica regresara de dos años de estudiar en el extranjero.
—¿Qué quieres decir con que tu vida no tiene drama? —le preguntó, porque Mimí parecía a punto de desinflarse.
—¡Pues es que mi vida no tiene nada interesante! ¡Joder es que no estoy sufriendo! —se quejó de nuevo.
—¿Y tú quieres sufrir? —se burló Mónica.
—Bueno… es que si lo piensas, ¡no tengo nada de lo que haría que una novela fuera extremadamente exitosa! A ver te explico: mi familia no me quiere vender, no tenemos una empresa en quiebra que salvar con un contrato matrimonial, no tengo deudas, no me estoy muriendo de hambre, domino dos artes marciales y tengo la autoestima por el techo. ¡Es que estoy jodida! ¡Mi vida ni siquiera amerita una novela de plataforma!
Mónica casi escupió su cerveza de la risa.
—Bueno, bueno, ¿pero tu ex no se va a casar con tu prima? ¡Eso ya es algo! —intentó animarla.
—¡“Noooohombre”, si es que ese es el problema! Si al menos estuviera yo despechada y triste por los rincones, sería algo, ¡pero es que me la suda el cabrón! Me da igual con quién se case. —Mimí hizo un puchero—. ¡Te digo que necesito darle un giro a vida, Moni! ¡Mi tragedia más grande es que mis padres me hayan puesto nombre de diosa griega: Mineeeeeervaaaaa…
—¡Y que te sigan llamando como perro minitoy! —se burló una voz extremadamente masculina y sexy a sus espaldas y Mimí se giró como un rayo.
Mónica abrió la boca para decir algo, pero su amiga se la cubrió con una mano mientras miraba al pedazo de hombre que tenía enfrente. Empezó de abajo hacia arriba. Zapatos italianos carísimos, traje sastre hecho a medida, pantalón que le marcaba un paquetote respetable, alto como para hacerla levantar la cabeza, fuerte como para empotrarla contra una pared y cuando llegó a su cara…
—¡¿Eres tú, Satanás?! —exclamó reconociendo al hermano de Mónica, a quien no había visto al menos en cinco años.
—¿Cuándo vas a dejar de llamarme así? —protestó Rafael—. ¡Ya te dije que yo soy el otro ángel, el más sexy!
Se acercó a ella y le dio un abrazo cariñoso, y Mimí aprovechó para toquetearlo decentemente, al menos la espaldita ¿no?
—Para mí siempre serás Satanás. Me acusabas con mis padres por no estudiar.
—Y tú me hacías sombreros de fango —recordó Rafael.
—Bueno, ahora soy casi escultora, te puedo hacer todo tipo de sombreros… —murmuró ella mirándolo de arriba abajo—. ¡Dios, qué lindo te has puesto! —dijo apretándose los cachetes entre las manos y haciendo boquita de pato—. Bueno… ¿y qué te trae por este humilde lado del charco?
Rafael tiró de una banqueta y se sentó en ella, junto a las chicas. Hacía cinco años que se había ido a ocuparse de la expansión de la compañía familiar en Europa, y a sus veintiocho años era todo un CEO. Pidió un tequila y se lo bebió de un tirón, como si eso le quitara la compostura.
—Pues vine a joder la boda de mi ex ¿cómo lo ves? —siseó.
Mimí abrió mucho los ojos y se bebió otro tequila.
—Echa el chisme —lo animó.
—Pues la hija de puta me dejó por otro, y encima tuvo el descaro de invitarme a la boda —gruñó Rafael—. Se casa mañana.
Mimí negó con un suspiro.
—¡Joder, mañana debe ser el día de las casualidades, porque mi ex también se casa!
—¡No, no, no! ¡Ninguna casualidad! —ladró Rafael—. No es casualidad ¡porque mi ex se casa con tu ex!
Mimí escupió el trago que se estaba tomando.
—¡¿Tú eres el ex de la zorra de mi prima?! —exclamó aturdida—. ¡A ver, a ver porque esto no lo entiendo! ¡Que yo hubiera dejado a un hombre como mi ex por ti… eso sí tendría sentido! ¿¡Pero que alguien te deje a ti por ese hijo de Cuasimodo que es mi ex…!?
Mónica estaba que se partía de la risa, Rafael asentía con los brazos abiertos como si Mimí estuviera diciendo la cosa más lógica y Mimí lo miraba de arriba abajo como si no encontrara una explicación.
—Es que… Satanás, tú lo tienes todo. Eres rico, tienes trabajo, eres atractivo, eres sexy, ¡dios, estás más bueno que el chocolate belga…! —se llevó una mano a la mejilla pero en un segundo chasqueó los dedos, como si lo hubiera descubierto—. ¡Ya sé! ¡No se te para!
A Rafael se le salió el tequila hasta por la nariz y Mónica literalmente se cayó de la banqueta de la carcajada.
—¿¡Serás pendeja!? —rugió Rafael.
—¿Ves? Por eso te decía Satanás… —recordó Mimí—. Muy mal genio, muy mal genio…
El barman los calló sirviendo otra ronda para todos y Mimí suspiró con dramatismo.
—Bueno, al menos tú tienes tu tragedia. De tu vida sale una noveleta, pero algo es algo. —Apoyó la barbilla en los antebrazos y pareció derretirse en la barra.
—¿Sabes lo que tú necesitas? ¡Enamorarte locamente! —brindó Mónica—. Necesitas un hombre…
—¡No, no no! ¡Hombre no! —la corrigió Mimí—. De “un hombre” no hacen una novela, del panadero de la esquina no hacen una novela, ni del mecánico tampoco. ¡Yo lo que necesito es un mafioso!
Rafael arrugó el ceño y le empujó la frente con un dedo.
—¿Ya estás borracha?
—¡No, es en serio! ¡Bueno lo que realmente me hace falta es un hombre lobo, esas son las novelas que más se venden! ¡Pero en su defecto me conformo con un mafioso despiadado, o un dominante sexual, un millonario con problemas de posesividad o un…! —Mimí se detuvo y se giró despacio, mirando a Rafael con una sonrisa sugerente—. Satanás… ¿tú eres CEO, no?
—¡No seas babosa! ¡Soy Director Comercial! —rezongó él.
—Igual… mírame bien… ¿estás seguro de que no te convengo? Yo lavo, cocino y limpio…
Rafael apretó los labios y asintió.
—Ya nos conocemos, minitoy. Tú quemas ropa, quemas comida e incendias casas. ¡Eres un arma de destrucción masiva…! —Y en ese mismo segundo sus ojos brillaron al darse cuenta de lo que había dicho—. Eres un arma de destrucción masiva… y eres justo lo que me conviene. ¿Quieres venir conmigo a una boda?
CAPÍTULO 2. Dos personas perfectamente casables
Mónica miró a su amiga desde su cómodo refugio en la cabecera de la cama, mientras Mimí terminaba de arreglarse frente al espejo.
—¿Estás segura de esto? —preguntó muerta de risa.
—¡Pues claro! ¡Soy una chica dulce, tímida y tierna que se transforma como un cisne y sale a deslumbrar a un apuesto CEO!
—¡Uy, perdón, flor! Yo pensé que lo tímida y lo tierna lo habías perdido en los concursos de camisetas mojadas de la fraternidad —se burló Mónica y su amiga le sacó la lengua.
—¡Eres imposible! ¡Déjame tener mi novela romántica! Ahora con tu «excuse me», me voy a hacer la «deslumbración».
Le lanzó un beso y al menos en esa parte no se equivocaba, porque a Rafael, que la estaba esperando abajo completamente listo, se le pegó la quijada al pecho cuando la vio bajar la escalera, con aquel pequeño vestidito negro, más entallado que un guante y con todas las piernas afuera.
Mimí llegó hasta él, disfrutando su cara de deslumbrado y esperó ese comentario perfecto donde él decía que era la mujer más hermosa que había visto.
—¡Joooooooder minitoy! ¿Y a ti cuándo te crecieron las gemelas? —murmuró Rafael mirándole el pecho con fascinación.
—Y ahí murió la ilusión romántica —suspiró Mimí desinflándose—. ¡Qué bestia eres, Satanás…! Pero ¿verdad que crecieron bonitas? —se animó ella misma con un entusiasmo nuevo mientras se las acomodaba.
—Tengo que reconocerlo, minitoy —dijo él tomando su mano y dándole una vuelta—, eres un diez. ¡Estás buenísima! ¿Cómo fue que el estúpido de Daniel te dejó?
—Pues dijo algo sobre mi falta de atención y mi indiferencia…
—¿Y tenía razón?
—No lo sé, no lo estaba escuchando —murmuró ella encogiéndose de hombros y Rafael se cubrió el rostro con una mano mientras negaba.
Le ofreció su brazo y salieron de la casa. Poco después llegaban a la enorme mansión donde se celebraría la ceremonia y los dos se estiraron… bueno, él, porque Mimí seguía siendo una enana a su lado.
—¿Esto cómo califica en la escala de la tragedia? —preguntó Mimí mientras entraban juntos—. ¿Somos dos dignos despechados, que vienen a presenciar la dolorosa unión de sus ex?
Rafael la miró.
—¿Tú estás despechada?
—¡Joder, no! ¿Eso es un problema? —Mimí hizo un puchero.
—Para nada. Fíngelo —replicó él y los dos se regodearon en las miradas de espanto del resto de los invitados cuando los vieron entrar.
Él era un monumento. Y ella iba contoneando aquellas caderas de una forma que todos los hombres iban ladeando la cabeza para verle el trasero.
Se sentaron y presenciaron aquella ceremonia sin penas ni glorias. Daniel y Sabrina se veían como cualquier otra pareja, se subieron al pequeño estrado frente al juez, y dijeron sus votos.
—¿Alguien se opone a este matrimonio? —dijo el juez y Mimí le dio un codazo a Rafael.
—Esta es tu entrada, Satanás —le susurró.
—¡¿La mía?! ¡¿Y yo por qué?! —replicó él con cara de espanto.
—¿Pues tú no querías impedir la boda?
—¡Noooooo! ¡Yo dije que quería joderla, no impedirla! Yo molesto ya que estén casados, pero no impido nada. ¿Te imaginas? ¿Yo qué haría con la zorra de tu prima otra vez?
Mimí se aguantó la carcajada y terminaron aplaudiendo como todo el mundo cuando los novios se besaron.
—¡Qué patéticos son! —suspiró Mimí mientras entraban al salón de la recepción y todos iban a felicitar a los novios—. No hay pasión ahí, fíjate. ¿Quién se sonríe con tanta estupidez?
—¡Patético! —confirmó Rafael—. Pareciera que fueran a coger por el huequito de una sábana.
—¡¿Verdad que sí?! —se rio Mimí—. Pero al final más patéticos somos nosotros, que estamos aquí mirándolos casarse y encima estamos aburridos —dijo bebiéndose una copa de champaña—. ¡Ya sé! —dio una palmada frente al rostro de Rafael—. ¡Lo que tú y yo necesitamos, Satanás, es un error!
Rafael arrugó el ceño sin entender.
—Elabora esa idea.
—Simple: nos despechamos…
—Pero…
—¡Fíngelo tú también! —lo apuró Mimí—. Nos subimos a tu avión privado.
—No tengo avión.
—¡Pues a un puto vuelo comercial, sígueme la corriente! Nos vamos a Las Vegas, nos emborrachamos y mañana ¡taráaaaaaan! ¡amanecemos casados! Pero ¡oh dramático giro de los acontecimientos, ha sido un error! ¡No queremos seguir casados, pero tu abuela que está muriendo nos obliga a permanecer juntos…!
Rafael puso los ojos en blanco mientras bajaba un trago de whisky.
—Minitoy, mi abuela es un roble, todavía practica equitación —le gruñó.
—¡Pues que se caiga del caballo, coñ0, que ponga un poquito de su parte! —rezongó Mimí subiéndose el escote sobre las gemelas—. Bueno, ¿vamos a ir a joder o qué?
—¡Vamos! —decidió Rafael bebiéndose otro trago y palmeándose las manos, los brazos y la cara.
La chica se colgó de su brazo y caminó con toda la actitud hacia los novios.
—Sabrina, Daniel. ¿Felicidades? —dijo Mimí y Daniel arrugó el ceño apenas la vio.
—¿Y ustedes qué hacen aquí? —protestó mirando a su esposa y Sabrina se puso lívida.
—Bueno yo… le mandé una invitación a Rafael… —respondió Sabrina y eso evidentemente molestó al flamante novio.
—Pues a ella lo hubiera lo entendido —le reclamó señalando a Mimí—, sé que a ella no le importa pero a él…
—¿Y crees que a mí me importa? —replicó Rafael con sorna—. ¡Por favor! ¡Si me importara en lo más mínimo ya habría hecho una escena, y ahora mismo el que está haciendo eso eres tú! ¿O será que te molesta que ahora estoy con la min… con Mimí? —Rafael puso una mano descarada sobre sus nalgas y Mimí dio un respingo, aguantando la risa.
Sin embargo por más gracia que le hiciera el asunto, parecía que sí, que a Daniel le molestaba que Rafael y ella estuvieran juntos, porque su reacción no fue buena.
—¿Y cómo crees que me va a molestar? Yo fui quien la dejé. Igual que Sabrina te dejó a ti. ¡Así que solo son un par de patéticos despechados que no podrían conseguir a nadie más!
—¡Oye oye oye! ¡Frena ese carro, papacito! —siseó Mimí chasqueando los dedos frente a su cara—. ¿Estás insinuando que no puedo conseguir a alguien mejor que tú? ¿O que Satanás no puede conseguir a alguien mejor que Sabrina? ¡Por dios, míranos!
Daniel apretó los puños porque era verdad que era una mujer despampanante.
—¡Él no habla de sexo nada más, Mimí! ¡Tú eres un desastre! ¡Ustedes, los dos, son unos desastres! —espetó Sabrina.
—¿Perdón? —ladró Rafael—. ¿Que yo soy un desastre? ¡Yo soy un hombre excepcional!
—¡Eres un maniático de la organización! —exclamó Sabrina—. ¡Cuentas los alfileres, alineas los adornos con una regla! ¡No hay quien viva contigo! ¡Hay más protocolo para acostarse contigo que para entrar a la Casa Blanca porque si no, no se puede…!
Mimí tiró del saco de Rafael.
—Dijiste que sí se te paraba, Satanás —lo acusó en un susurro.
—¡Y tú! ¡Tú eres un caos sobre dos piernas! —exclamó Daniel llamando su atención—. ¡He encontrado bragas tuyas en la nevera!
—¿Y qué quieres? ¡Soy artista! —se defendió Mimí.
—¡Eres maestra de artes plásticas! ¡No hay justificación! —gritó Daniel.
—¡Pues fíjate que con ese cuerpazo ella me puede poner las bragas en la cara y yo no me quejaría! —le aseguró Rafael—. La minitoy es perfectamente querible y cualquiera sería afortunado de vivir con ella.
—¡Y contigo, Satanás, y contigo! —recalcó Mimí.
—¡Ay por favor! Ustedes no se aguantarían ni dos días completos —se burló Sabrina con sorna.
Rafael y Mimí se miraron con expresión desafiante y de la boca del apuesto Director Comercial solo salieron cinco valientes palabras:
—¿Dónde está el puto juez?
Tomó a Mimí de la mano y la arrastró de regreso al sitio de la ceremonia.
—¿Qué está pasando? —preguntó alguien al ver el movimiento.
—¡Todavía hay otra boda! —gritó Rafael y solo por el chisme y la curiosidad la gente comenzó a ir tras ellos—. ¡Usted, cásenos, ahora mismo! —le dijo al juez apenas lo tuvo enfrente—. Yo arreglo el papeleo legal mañana, pero nos casa ahora para ni perder tiempo. —Sacó su identificación de su cartera y el juez sonrió de oreja a oreja cuando vio el apellido Valverde.
—¿De los Valverde de los chocolates? —preguntó.
—De esos mismos. Ahora cáseme que le voy a hacer un chequecito bueno por esto.
El juez no se lo hizo repetir.
La gente se sentaba a la carrera mientras él empezaba una nueva ceremonia y Sabrina y Daniel los veían desde lejos con los rostros espantados. ¡Pues joder, sí que habían jodido la boda!
—¿Tienen sus votos? —preguntó el juez.
Mimí todavía estaba completamente aturdida, pero asintió.
—Bueno… este es un matrimonio sin borrachera, Satanás. ¿Estás seguro?
—Minitoy, tú y yo somos personas perfectamente queribles y casables. ¡Y lo vamos a demostrar! ¿Estás de acuerdo? —replicó él alargando la mano como si fuera un negocio.
Mimí la miró un segundo, pero terminó estrechándola con decisión. Y después de eso había poco que decir.
—Procura que se te pare, Satanás —le advirtió.
—No metas tus bragas en mi nevera, Minitoy.
CAPITULO 3. La suegra malvada
—Y ahora, los declaro marido y mujer ¡puede besar a la novia! —anunció el juez y la gente comenzó a aplaudir.
Rafael la tomó en sus brazos, le hizo un dramático giro y la inclinó como en una película.
—¡Joder, Minitoy, yo te tiraba de las trenzas! ¡No sé cómo besarte! —se rio—. ¿Te basta con un piquito?
—¿Tan mal besas, Satanás? —se espantó Mimí.
—No creo, mejor probamos… —Sus labios se unieron con los de la muchacha y Mimí sintió que se derrrrrrretía en sus brazos. Tenía una lengua curiosa y mordía tanto como besaba. ¡Le encantaba eso!
Acabó con los ojos bizcos y sin poder respirar.
—¿Eso fue demasiado? ¿Volvemos al piquito? —preguntó Rafael.
—¡Nooooooo, no, no, no! ¡Tú méteme la lengua hasta el esófago! ¡Tú sin miedo…!
Rafael la levantó y volvió a besarla con un gruñido de satisfacción. Le gustaba su sabor, le gustaba que no fuera ni tímida, ni trágica, ni mojigata.
—¡Ejem! ¡Ejem! —carraspeó el juez—. Si fueran tan amables de firmar.
Rafael se limpió la boca y se bajó la pierna de Mimí, que ya estaba como por su cadera, firmó el papel y ella lo firmó luego.
—Bueno, Minitoy… ¡vamos a celebrar esto! —exclamó ofreciéndole su brazo.
—¿Ahora es cuando me echas sobre tu hombro como el cavernícola sexy que sé que tienes dentro? —preguntó Mimí.
—Lo haría, pero se te vería el culo.
—Ah… bueno… ¡igual vamos a beber!
Salieron de allí muy orondos, mientras veían cómo los otros novios hervían de rabia. Se habían robado la atención de su boda y ahora en lugar de hablar sobre Daniel y Sabrina, todos hablaban sobre Rafael y Mimí.
Rafael le abrió la puerta del coche y Mimí se remeneó del gusto. Él se sentó detrás del volante, puso música a todo lo que daba y condujo hasta el club de campo del que los Valverde eran socios.
La arrastró hasta uno de los restaurantes junto al lago y anunció por todo lo alto que Rafael Valverde se había casado. En dos segundos estaba corriendo la champaña y ellos dos rían como locos.
Cuatro horas después salían del club para dirigirse a la casa de los Valverde.
—Joder, Satanás, en serio nos casamos… ¡pero ya echamos a perder el inicio de la historia! ¡Teníamos que habernos emborrachado o algo, debíamos casarnos por error, idiota! —protestó ella—. ¡Tenemos que arreglarlo! Busca algún motivo para que me odies a muerte y quieras vengarte hasta que te enamores de mí.
—¡Por Cristo, Minitoy! Deja de leer tantas novelitas de plataforma, te están aguando el cerebro —se rio Rafael—. ¿Cómo te voy a odiar si te conozco desde que éramos niños? Creo que lo peor que me hiciste fue robarme los libros.
—Bueno… —Mimí miró al techo del auto con una mueca—. ¿Recuerdas la caca de perro que te encontraste un día en tus zapatos y creíste que era culpa de Mónica?
Rafael la miró de reojo.
—Déjame adivinar: no fue Mónica.
—Y tampoco era de perro.
—¿¡Te cagaste en mis zapatos!? ¡Cochina! —exclamó Rafael.
—¿Ya me odias? ¿Cómo está tu sed de venganza? —preguntó Mimí inclinándose hacia él.
Pero la verdad era que Rafael estaba tratando de aguantar la risa.
—Amerita que te azote el trasero en repetidas ocasiones… pero hasta ahí.
Mimí hizo un puchero.
—¡Vamos, Satanás, tienes que ayudarme! —le pidió—. ¡Un dramita es todo lo que pido! ¿Qué te cuesta conseguirte una amante y romperme trágicamente el corazón?
—¡Es que no soy un playboy! ¿Qué quieres que le haga? —Él se encogió de hombros mientras estacionaba frente a la casa de sus padres.
—¡No me jodas! ¡Con lo bueno que estás y no aceptas amantes! ¿¡También tenías que ser fiel!? —rezongó Mimí.
—Mira, Minitoy. No es cuestión de fidelidad, es cuestión de tiempo. Entre el trabajo y la alineación con reglas, no tengo tiempo ni para una novia, ¿en qué momento tendría también a una amante? —refunfuñó—. ¿Pero tú quieres drama? ¡No hay problema! ¡Vas a ver!
Sacó su teléfono y lo puso en altavoz.
Al otro lado le contestó una voz impaciente y furiosa.
—¡Rafael Alejandro Rey Valverde! ¿¡Por qué chingados no me respondías al teléfono!? —le gritó su madre—. ¿¡Qué es esa estupidez de que te casaste!? ¿¡Con el permiso de quién!? ¿¡Cómo se te ocurrió!? ¡Dime que es mentira, tiene que ser solo un chisme!
Rafael vio la sonrisa en el rostro de Mimí y suspiró.
—No, mamá, no es un chisme. De verdad me casé.
—¿¡Con quiéeeeeeeeeeeennnnn!? —rugió la señora Valverde, desquiciada.
—Se llama Minerva —respondió Rafael.
—¡Minerva! ¿¡Qué Minerva!? ¿Quién es? ¿De dónde es…?
—¡Espera, espera! Estamos fuera de la casa. Ya me bajo y te la presento —dijo Rafael colgando la llamada y las gemelas de Mimí estaban que se hinchaban en su pecho de la emoción.
Bajó del auto y se colgó del brazo de su flamante esposo.
—¡Ahora sí! ¡Esto por fin se va a encaminar! —exclamó emocionada—. Tendré una suegra que me odia a muerte por arrebatarle a su adorado hijito, a su tessssssorooooo. Tu madre pondrá el grito en el cielo porque no te casaste con una millonaria salva—empresas, ¡sino con una humilde maestra de artes plásticas como yo! ¡Me detestará! ¡Dirá que no soy suficientemente buena para su familia! ¡Me humillará en cada evento al que vayamos y yo sufriré en silencio solo por no darte un disgusto…! ¡Hasta que mi suegra malvada acabe provocándome un trágico accidente… o inculpándome de algún asesinato…!
Y como para corroborar sus palabras, la señora Lucía Valverde abrió la puerta de aquella casa como si fuera un dragón echando fuego por la boca.
—¡Rafael! ¡¿Con quién chingados te casast…?! —La señora Lucía se detuvo al ver a Mimí y la señaló—. ¿Mimí…? ¿Minerva…? —Rafael asintió y la sonrisa de su madre llegó de oreja a oreja—. ¡Miiiiiiimmíiiiiiiiiiiii! —exclamó abrazándola y besándola—. ¡No lo puedo creer! ¡Por fin se me hizo! ¡Llevo toda la vida rezando a ver si ustedes dos, brutos, se enredaban de una buena vez! ¡Y ahora se casaron! —Abrazó a Mimí y empezó a dar saltitos de alegría—. ¡Gracias, Dios mío! ¡Qué felicidad!
Mimí le dirigió una mirada asesina a Rafael, que se desternillaba de risa contra el marco de la puerta.
—¡Joder, Satanás, consíguete una put4 amante!
CAPÍTULO 4. El instrumento de deflagración
Mimí veía doble… o triple… la cosa era que veía muchos Satanaces y eso era peligroso. Se dio cuenta cuando se fue de boca contra una pared.
—¿Qué hacesssss, Min—minitoy? —rezongó él con la lengua trabada. Los Valverde habían celebrado la noticia como solo ellos sabían hacerlo: hasta desfallecer.
Luego les habían pedido un Uber y los habían mandado al departamento de Rafael para que tuvieran su madrugada de bodas… o al menos lo intentaran.
—¿Qué hacessssssss?
—Estoy tratando de pasarle la lengua a uno de los tú… pero creo que me equivoqué… —Mimí hipó y volvió a intentarlo, golpeándose de nuevo.
—Ese tam—hip—tampoco soy yo… —advirtió Rafael—. Ni ese… ni ese…
—¿Me quieres ennnnncaminar un poquito… digo… antes de que me acabe de rrrrrromper la cara….? —pidió Mimí y él acabó jalándola dentro del departamento.
Mimí miró alrededor por encima de aquella bruma y rio.
—Wow, Satanás… ¿estás sobrecompensando? —preguntó porque la sala era extremadamente grande.
—Pues no, solo lo estoy haciendo proporcional…—respondió él encogiéndose de hombros—. También hay otras cosas grandes aquí…
Se miró la entrepierna y Mimí se humedeció los labios. Se acercó a él y le echó los brazos al cuello mientras palpaba por encima de su ropa los músculos duros.
—¿Ahora es… hip… cuando me haces el amorrrrrrr sssssalvajemente? —preguntó con un intento muy fallido de coquetería.
—Puesssss no —replicó él y Mimí hizo un puchero.
—¡Joder, a ver si va a ser verdad que no se te para…!
—¡Que no es eso, pendeja…! —rezongó Rafael y luego sonrió—. ¿No lees los anuncios? ¡No se debe manejar maquinaria pesada bajo los ejectos del alcohol…
—Los efffffectos…
—¡Eso, eso! Pero mañana a primera hora… ¡te voy a dejar inválida!
Mimí trató de ponerle los ojos y blanco, pero eso le dio demasiado mareo y acabó sentándose en el sofá.
—¿Quieres que te lleve a la cama… essssssposa mía? —preguntó Rafael cayendo a su lado.
—Ahorita… ahorita… —murmuró Mimí, y un segundo después estaban los dos roncando sobre el sofá, sin haber llegado ni siquiera cerca de la cama.
Mimí abrió los ojos al día siguiente y el sol ya estaba bastante alto, así que debían pasar de las diez. El sonido de la ducha se le hizo entraño, el olor a café la hizo sentir mejor y se sentó con la cabeza entre las manos, jurándose que no iba a beber de nuevo.
Levantó la mirada para tratar de ubicarse y la figura de Rafael saliendo del baño casi le desprendió la quijada. Llevaba una toalla alrededor de las caderas y con otra se secaba el cabello. Tenía un cuerpo de tableta de chocolate de lujo, como para ganar Míster Universo.
—¡Jesucristo! —balbuceó Mimí cuando lo tuvo a dos metros.
—¿No era Satanás? Ponte de acuerdo —se rio Rafael—. Te puse todo lo que necesitas en el baño, anda a quitarte la resaca.
Mimí lo obedeció, porque reamente lo necesitaba, y se metió a la ducha, sintiendo cómo el agua le aliviaba aquel dolor de cabeza. Se puso una playera enorme que Rafael le había dejado y le sacó un bóxer de la gaveta, total él tenía muchos.
Para cuando llegó a la cocina, ya Rafael estaba preparando algo de desayunar que no los hiciera vomitar a ninguno de los dos.
Mimí se sentó en una de las banquetas de la barra y se bebió medio vaso de jugo helado antes de apoyar la barbilla en las palmas.
—Oye, Satanás, esto es en serio ¿cómo es que no tienes una comitiva de mujeres derribando tu puerta? —preguntó con curiosidad.
Rafael se encogió de hombros mientras bebía su jugo.
—Pues supongo que no se trata de cuántas mujeres puedas tener, sino de cuántas puedas mantener.
—Pues tú no has mantenido a nadie y yo tampoco —bufó Mimí—. ¿Y si de verdad somos unos desastres?
—¡No digas eso ni en broma, Minitoy! —gruñó Rafael señalándola con la espátula—. Tú y yo nos conocemos desde niños, sabemos que no somos malas personas, tenemos nuestras cosas, pero no como para que nos vayamos a quedar solos para toda la vida.
—Pues ya no, porque nos casamos… ¡Joder, Satanás, nos casamos en serio! —murmuró Mimí y él puso un par de platos en la barra antes de sentarse frente a ella—. ¿Qué se supone que vamos a hacer?
—Pues nos podemos divorciar en cualquier momento, eso no es un problema, ninguno de los dos se la va a poner difícil al otro… —respondió él, pensativo—. Pero es que de verdad me molestó lo que dijo la zorra de tu prima, no les quiero dar el gusto.
Mimí pinchó furiosamente su omelet con el tenedor.
—Yo tampoco. ¡Seguimos casados entonces!… ¿Pero se supone que lo intentemos?
Los dos se quedaron mirándose durante un largo minuto.
—Pues intentarlo habrá que intentarlo mucho, de verdad somos personas muy diferentes —dijo Rafael—. Para empezar te mudas aquí, y esta tarde conversamos con tus padres para darles la noticia.
—¿Y sobre todo lo demás?
—Supongo que saldrá por el camino ¿no? —suspiró él mientras Mimí miraba alrededor, aquel lugar estaba inmaculado, como si nadie viviera allí.
—Se me había olvidado que de verdad eras tan meticuloso… —murmuró—. Oye, eso que dijo Sabrina… de que hay que seguir un protocolo para acostarse contigo… ¿es verdad? —preguntó intentando disimular la risa, y él le dirigió una mirada asesina.
—¡Claro que no! ¡Esa solo fue la babosa de tu prima justificando lo injustificable! Tengo preferencias como todo el mundo. ¿Qué tiene de malo querer hacerlo cómodamente en una cama y no trepando por las paredes? —gruñó Rafael—. ¡No soy el puto Spiderman! Agarrar a una mujer contra la pared un momento está muy sexy, ¡pero cogérsela así da un puto dolor de espalda que no veas!
—¡Y raspa la espalda! —añadió Mimí.
—¡Y raspa la espalda, ahí lo tienes! —exclamó él—. No me malentiendas, no le quito el valor a las posiciones sexuales, pero no hay nada que no puedas hacer en una cama o en un Sillón Tantra. ¡El suelo y la alfombra son recursos desesperados para mí!
—¡Y raspa las rodillas! —apuntó Mimí—. Y luego pareces niña de cinco años con las patas rojas.
—¡Exactamente mi punto! ¿Por qué no escriben eso en las novelas esas que tú lees? ¡Coger delante de la chimenea es un asco! ¡Se te pega una peste a humo de los cojones! —exclamó Rafael y Mimí se echó a reír—. ¡Es que si el egipcio que inventó la cama nos viera a cuatro patas sobre una alfombra raspándonos las rodillas pensaría: «¡Es que no la he publicitado bien!»
La carcajada de Mimí retumbó en el departamento y Rafael la miró bien, con aquel cabello mojado y esa risa descontrolada se veía muy sexy. No llevaba brasier así que las gemelas se le marcaban en su playera, y Rafael estaba que babeaba por ellas.
—Bueno… habiendo aclarado eso, creo que sí deberíamos intentarlo. —A Mimí se le fue la risa en un segundo y lo miró aturdida—. ¿Qué? Tú me gustas, yo te gusto, pensé que eso había quedado claro cuando me dijiste y cito: Méteme la lengua hasta el esófago…
—Síiii… sí… bueno sí… emmm…
Rafael achicó los ojos y le dio la vuelta a la encimera, quedándose frente a ella. Mimí estaba que se le hacía agua la boca con el cuerpazo de aquel hombre, le tocó los cuadritos con las puntas de los dedos, pero cuando tiró de aquella toalla solo ahogó un grito llevándose las manos al pecho.
—¡Jesús bendito! —exclamó saltando de la banqueta y corriendo por sus cosas mientras Rafael se envolvía de nuevo en la toalla.
—¿Qué pasa? ¡Tampoco es para tanto!
—¿¡No es para tanto!? ¿¡No es para tanto…!? —gritó Mimí buscando sus zapatos bajo el sofá—. ¡Eso no es un pen3, eso es un instrumento de deflagración!
—¡Oye, oye…! No uses palabritas raras que las lectoras de plataforma siempre se quejan por eso —le advirtió Rafael.
—¡No es una palabra rara, deflagración: combustión…!
—Esa tampoco…
—¡Pues que se busquen un puto diccionario, coñ0, si ahora San Google lo sabe todo! —rezongó Mimí corriendo hacia la puerta sin importarle que estaba en playera y bóxer.
—¿Sí sabes que estás ofendiendo a todas las que nos están leyendo ahora mismo, verdad? —le gritó Rafael y la vio asomar la cabeza de nuevo.
—Me vale madres, pero tú a mí, eso, ¡no me lo metes!