—¡¿Perdón…?! ¿Está diciendo… ¡casarme con ella!?
—Sí —dijo una mujer que llevaba un bloc de notas en la mano—. Si usted se casa con ella, podemos darle un giro a todo esto y quizás incluso podamos salir ganando.
—¡No puedes estar hablando en serio! —espetó Liam—. ¿Casarme?
—¡Deja de hacerte el tonto! Sí, casarte con ella —sentenció su padre—. Arréglalo, Liam. O nuestra empresa no será la única cosa que estará en juego.
—¿Y si me niego?
—Entonces —dijo la mujer del bloc de notas—, en unos meses tendremos que declarar la empresa en quiebra.
Liam dio un paso atrás, como si la mujer le hubiera dado un puñetazo en el estómago. Era su empresa, su trabajo, lo único que sabía hacer. Y en ese momento era todo lo que tenía.
—Pero… pero… ¿y si accedo? —preguntó finalmente—. ¿Qué pasará?
—Básicamente —dijo la mujer sonriendo de oreja a oreja—, usted se casará con la hermana Maxine… la señorita Maxine, y cuando ella esté lista para presentarse al mundo, daremos una rueda de prensa y anunciaremos la boda y todo lo demás.
La idea de estar atado a aquella mujer, incluso por poco tiempo, no era nada atractiva, pero Liam sabía que su familia caería en la ruina y que si no hacía algo para remediarlo, todo lo que había construido se iría a pique. Así que por muy desagradable que fuera la idea, sabía que tenía que hacerlo.
—Esto va a arruinarme la puta vida… —gruñó con un suspiro—. Está bien. Lo haré. Me casaré con ella.
Un instante después se oyó un carraspeo y todas las miradas se concentraron en Max.
—Perdón… ¿alguien tiene intención de preguntarme si estoy de acuerdo? Porque hasta donde sé la otra parte del “Sí, quiero”, tengo que darla yo.
—Por supuesto —dijo una de las publicistas sorprendida—. No podemos forzarla a que se case con el señor Liam, pero quizás podamos persuadirla…
—Cht, cht, cht… —La interrumpió Liam girándose hacia Max—. Estás en la calle, no tienes donde vivir, ¡y me jodiste la maldita existencia porque no se me ocurrió decirme que eras una puta monja! —le gruñó con rabia.
—¿Y? —replicó ella con la fiereza retratada en la mirada—. ¿Tengo que casarme contigo solo porque tú lo dices?
—¡Sí…! —respondió él, exasperado—. ¡Sí, por supuesto que sí! Si no quieres cargar con la culpa de que mi familia vaya a la ruina, entonces sí. Necesitas casarte conmigo para salvar todo lo que mi padre ha construido y tú destruiste en un instante. ¡Me lo debes!
—¿Disculpa? ¿Te lo debo? —preguntó ella cruzándose de brazos—. ¡Ya te di unos cuantos orgasmos de regalo, yo no te debo nada! ¿Qué me dices de mi vida? ¿Qué me dices de lo que yo quiero?
—¿¡Y tú que carajos quieres!? —le espetó él en tono de incredulidad.
—¡No lo sé! —gritó ella frustrada—. ¡Para empezar que me hables bonito, porque habré sido monja, pero crecí en un orfanato y sé muy bien cómo romper un hocico! —lo amenazó.
Liam la miró con una expresión asesina, como jamás había mirado a otra persona en su vida.
—¡No tengo paciencia para estupideces, mujer! —gritó él, perdiendo la compostura—. ¡Podría darte todo lo que quisieras! Podría…
—¿Podrías qué? —preguntó ella levantando una ceja.
—¡Te daría el mundo, maldita sea! —exclamó él exasperado.
—Ya tengo el mundo, gracias —dijo ella encogiéndose de hombros—. No necesito tu dinero, ni tu estúpido matrimonio. Y ahora, si me disculpas, creo que me iré.
Max se dio la vuelta para marcharse pero Liam apretó los dientes y la retuvo de un brazo, y por un largo segundo se quedaron mirándose a los ojos en silencio.
—Espera… Maldición, te voy a hablar bonito, solo… cásate conmigo, ayúdame a resolver esto y te prometo… te prometo que voy a hacer lo que sea necesario para darte… lo que sea que te haga feliz.
Max se soltó suavemente de su mano y cruzó los brazos.
—Bonito discurso, pero me temo que no va a funcionar —dijo ella encogiéndose de hombros.
—¿Qué quieres? —preguntó él exasperado—. ¿Mi cuerpo? ¿Mi alma? ¿Qué? Dime y yo…
—No quiero nada de ti —respondió ella fríamente—. No quiero tu dinero, ni tu estúpido matrimonio. Solo… solo hay una cosa que jamás he tenido…
Liam juntó las manos frente a ella a modo de súplica.
—¿Qué cosa? ¡Lo que sea! ¡Te lo doy! —aseguró.
—Una familia… —dijo Max y Liam apretó los labios.
—¿Disculpa?
—Una familia, nunca he tenido una familia. ¿Quieres resolver tus problemas, bien, pero si quieres ser mi esposo entonces vas a ser mi esposo, y vas a ser un ser humano decente y me dejarás estar a tu lado todo el tiempo.
—¿Como… siempre? —se atragantó Liam.
—Siempre —confirmó ella—. Y si no podemos ser esposos de verdad… quiero que al menos seamos amigos.
—Puedo… intentarlo, puedo intentarlo —murmuró él cerrando los ojos.
—Eso suena mejor —aceptó Max sonriendo levemente.
Liam suspiró y se alejó unos pasos de ella, necesitaba pensar. Aquello iba a arruinarle la vida completamente, pero asintió antes de girarse hacia los publicistas.
—Está bien… lo haremos. ¿Lo haremos? —ella sintió—. Lo haremos, preparen… lo que haya que preparar.
Liam se acercó a su padre, y se sentó a su lado mientras la susurraba en voz muy baja.
—Todo va a estar bien… te lo prometo.
—Gracias, hijo. ¿Tú estás bien? —respondió su padre en el mismo tono y Liam arrugó el ceño.
—No… la estaba odiando mucho… ¿qué demonios pasó? ¿Cómo acabé rogándole que se casara conmigo?
El señor Grissom palmeó su mano y pidió hablar un momento a solas con la muchacha, así que todos salieron, incluido Liam.
Cuando se quedaron solos, Garret Grissom pudo ver cómo el cuerpo de aquella mujer perdía toda la expresión de desamparo y se erguía con el orgullo y la fuerza con que la había conocido hacía una semana.
—Excelente actuación, teniente Jhonson —murmuró—. Al menos ahora tenemos una razón suficiente para que usted no se separe de mi hijo. ¿Una familia? Excelente mentira, gracias por todo.
Max se dio la vuelta y caminó hacia la puerta.
—Las mejores mentiras son tan buenas… porque siempre tienen un poco de verdad, señor Grissom —murmuró.
Una semana antes.
Max estaba sentada en la cama de su celda, con los codos apoyados en las rodillas y pensando por milésima vez en todo lo que había pasado. Llevaba seis meses en la cárcel, ninguno de los pocos compañeros que le quedaban del ejército había ido a verla, así que se sorprendió cuando le anunciaron aquella visita.
—Teniente Jhonson. ¿Me regala un minuto? —preguntó el General Morrison y ella solo elevó los ojos para verlo a él y al hombre que lo acompañaba.
—Gracias a usted, tiempo es lo que me sobra —replicó ella acercándose a la reja.
—Me alegro, porque vengo a proponerle un trato.
—No estoy de humor para tratos, gracias —respondió Max mientras volvía a sentarse en la cama.
—Mire, Teniente, lo siento mucho por todo lo que ha pasado…
—¿Ah, sí? ¿Y qué parte exactamente le duele? ¿El hecho de condenarme sabiendo que era inocente, o el de que es posible que Alcott masacre unos cuantos equipos más por su incompetencia?
Morrison suspiró y se sentó frente a ella en una pequeña silla
—Escuche, tenemos un problema y quizá usted pueda ayudarnos. Una persona importante para mí está siendo amenazada.
—¿Y qué tiene eso que ver conmigo? —preguntó ella.
—Si alguien puede conmutar su sentencia soy yo, pero entienda que no puedo dejarla libre a menos que la declare como en prestación de un servicio.
La propuesta del General era sencilla, le ofrecía la libertad a cambio de ser la guardaespaldas de Liam Grissom, el joven heredero de un gran imperio. Aunque no le gustaba en absoluto, Max no tardó en darse cuenta de que aquella era su única oportunidad de salir de allí, así que finalmente aceptó.
—Muy bien. Díganme qué tengo que hacer —sentenció y el General Morrison le explicó su nueva “misión”.
Solo había dos cosas importantes que debía recordar: debía proteger a Liam Grissom a toda costa, y no debía dejar que él se enterara.
Apenas unos minutos después de aceptar, Max fue sacada de su celda por dos militares y puesta en libertad.
El plan inicial era simple: drogar a Liam, hacerlo creer que se había acostado con ella y luego el señor Grissom se encargaría de los periodistas y el resto del drama. Sin embargo cuando Max había tenido delante el cuerpazo de aquel hombre, de repente ese cuerpo traicionero suyo había recordado todo el tiempo que llevaba sin satisfacción y bueno… ¡Liam Grissom definitivamente no era de los que decepcionaban!
Así que ahora estaba allí, vestida de blanco y a punto de casarse con aquella máquina sexual de mirada asesina.
En cierto modo, ella no podía estar más feliz. Habían sido seis meses difíciles en prisión, y después de todo lo que había pasado, por fin podía ver el final del túnel, y sobre todo estaba libre para hacerle la vida un infierno al coronel Alcott. Solo pensar en ello la hacía sonreír, pero en cuanto Liam apareció en su campo de visión, la sonrisa se le borró del rostro.
Liam se puso nervioso mientras la limusina donde llegaba Max se acercaba al salón del evento.
—¿En serio te vas a casar? —murmuró Alexis, impresionado.
—¡Ni me digas! ¡Me caso con la monja! ¡Es que me quiero sacar los ojos!
La puerta se abrió y Max salió, vestida con un impresionante traje de novia blanco, y Liam se sintió como si le dieran un puñetazo en el estómago. Nunca había visto a una mujer más hermosa que ella, y durante unos segundos no pudo respirar.
Alexis le dio un codazo que le acabó de sacar el poco aire que le quedaba y se apretó las mejillas.
—¡Cristo Divino! ¡Déjamela! Si tú no la quieres, ¡déjamela! Si esa mujer me deja yo le sirvo hasta de alfombra!
Alexis miró a su amigo a los ojos y supo que estaba pensando exactamente lo mismo.
—¿No te gustaría darte un poco de aire fresco? —murmuró porque Liam se estaba poniendo de un rosa violento.
—Creo que lo que necesito es un trago —respondió él mientras los dos corrían hacia una de las barras.
Los dos amigos no eran precisamente sutiles, y Max puso los ojos en blanco, imaginando que lo que le quedaba por delante cuidando al principito, no sería fácil.
El señor Grissom le puso la mano en el hombro para consolarla y juntos subieron la escalera hasta llegar al salón. Garret entró primero para detenerse junto a su hijo.
—¿Ya estás listo para casarte, hijo? —le preguntó mientras tomaba un trago de whisky.
—No creo que nadie pueda estarlo nunca realmente —respondió Liam con una sonrisa amarga.
Caminaron hasta el arco lleno de estúpidas flores donde estaba el juez de paz y Liam puso los ojos en Max mientras ella caminaba hacia él.
En un segundo la estaba mirando y al otro estaba tratando de evitar el deseo de correr hacia ella y arrancarle ese vestido de encima. Se imaginó besando su cuello, sus pechos… y supo que si aquello no acababa enseguida, iba a terminar haciéndolo delante de todos los invitados.
—Liam, estás sudando —le susurró Alexis, y él se aflojó la corbata—. ¿Estás bien?
—No… no sé… ¿cómo puedo querer matarla y cogérmela a la misma vez? —rezongó su amigo.
—Porque tienes mucha falta de imaginación —advirtió Max con una risa velada—. Si estuviera en tu lugar yo la mataría a ver…
—¡Cállate, baboso!
Sobra decir que la boda fue una locura. El salón estaba lleno de gente, todos querían ver cómo se casaba la monja misteriosa de Liam Grissom. Había periodistas, fotógrafos y curiosos por doquier, y Max se sentía como si estuviera en una jaula del zoológico. Liam estaba nervioso a su lado, pero finalmente terminaron dándose el sí.
—No te preocupes —murmuró ella—, todo va a estar bien, ya nos han fotografiado desnudos, esto no puede ser peor.
Y era verdad.
Sin embargo mientras todos bebían y bailaban, los ojos de la mujer paseaban por el salón, hasta que de pronto se detuvieron en una figura masculina que estaba de pie en una esquina, mirándolos fijamente. Era un hombre alto y musculoso, con el pelo oscuro y rizado, y tenía una mirada intensa y penetrante. Aunque no parecía familiar, Max supo en el acto que era peligroso. Había algo en su forma de moverse y de mirarlos… como si fuera a atacarlos en cualquier momento.
Tenía una mirada fría y dura, y por un momento Max se preguntó si quizás él sería quien amenazaba a Liam.
Le hizo una sola señal al señor Grissom y el hombre acaparó la atención de su hijo mientras Max seguía al hombre afuera.
—Estás cometiendo un error —fue lo único que dijo cuando sintió el cañón de una pistola presionar contra su cabeza—. Un gravísimo error.