Liam Grissom cumplía treinta y dos años, y para quienes lo conocían, era el hombre más extremista del mundo, porque por un lado se pasaba catorce horas diarias trabajando sin descanso, pero cuando salía de la oficina, se sumergía en la fiesta y los antros con la misma intensidad.
No había asistente que le aguantara el ritmo… ni mujer tampoco, porque Liam no tenía el ojo puesto en las relaciones, solo en el sexo de una noche, casual, extra casual, tanto que ni el nombre de las chicas se preocupaba por preguntar.
—¡Esto sí que es una fiesta! —gritó Alexis, su mejor amigo.
Liam había preparado una fiesta de cumpleaños espectacular en uno de los hoteles de la familia. Una fiesta de disfraces, para que las chicas pudieran soltarse el pelo y portarse mal sin preocuparse de manchar sus finas reputaciones.
El alcohol estaba corriendo y quizás algo más fuerte también, mientras los regalos se acumulaban en uno de los salones.
—Vine a traer el mío —dijo una voz tras él y Liam se volvió emocionado.
—¡Papá! ¡Viniste! —exclamó abrazándolo.
—Pero solo a traer tu regalo —rio el viejo Garret—, ni creas que me voy a quedar en esta orgía.
—¡Oye, no es una orgía…! —protestó Liam con un puchero, mirando a las chicas casi desnudas que bailaban en las barras—. Bueno… todavía. ¡Pero vamos, échame tu regaño de que tengo que ser consecuente con el apellido familiar y no provocar escándalos!
Garret rio de buena gana.
—¡Hoy es tu cumpleaños! ¡Haz lo que te dé la gana, diviértete y folla por ti y por todos los que ya no podemos probar todo eso…! —rio—. ¡Pero sé consecuente con el apellido de la familia y no provoques escándalos! —Garret pasó un brazo sobre los hombros de Liam con gesto protector—. Solo quiero que seas feliz, hijo, recuerda eso.
Se quedó con él algunos minutos más, y cuando se fue, supo que aquella fiesta estaba a punto de descontrolarse mucho. Al menos estaba contando con eso.
Liam bebía y bailaba con sus amigos y la verdad era que estaba pasando un excelente cumpleaños. Solo le faltaba la chica perfecta con la que terminar la noche.
—¿Estás de cacería? —preguntó Alexis— ¿Todavía no cae nada?
—Ya me las he tirado a todas —rezongó Liam—. No importa que lleven máscaras, las reconozco por las nalgas.
Alexis se carcajeó y señaló a una chica que estaba al fondo del salón con expresión desorientada.
—¿A la monja también?
Liam arrugó el ceño. No… a aquella chica disfrazada de monja no la conocía. Dejó a Alexis atrás y se dirigió a la chica. Bastó un segundo para que sus ojos se cruzaran y para que a Liam se le subiera todo aquel alcohol a la cabeza y le bajara de un tirón a la entrepierna.
—¡Jesús Bendito, eres preciosa! —exclamó al ver el rostro de la mujer que tenía delante.
—No estoy muy segura de que esa sea una expresión apropiada —dijo ella con suavidad y Liam creyó que se perdería en esos ojazos oscuros.
—Déjame sacarte a bailar —respondió él tomándola de la mano.
—No soy muy buena en eso… —susurró ella, pero Liam la agarró por la cintura y comenzaron a bailar pegados, sin importarles el ritmo. Solo quería tenerla lo más cerca posible.
Liam sintió sus pechos contra su torso y sus caderas moviéndose contra él, y su excitación se disparó. No tenía que verle las nalgas para saber que tenía un cuerpo espectacular.
—¿Sí sabes que te sobra tela, verdad? —susurró en su oído mientras la agarraba con fuerza para atraerla aún más a él y notó cómo ella se ponía nerviosa.
Liam sintió que su cuerpo se calentaba con el baile y con el alcohol y cuando la miró a los ojos supo que era el momento de llevarla a su habitación. Sin decir una palabra, la tomó de la mano y comenzó a abrirse paso entre la multitud. Ella intentó decir algo, pero él la silenció con un beso que lo llevó al cielo en un solo segundo, y casi sin darse cuenta ya estaban en el cuarto de Liam.
Cerró la puerta con un pie y comenzó a besarla con más intensidad, acariciando sus pechos a través del disfraz. Cuando sus manos se posaron en su espalda para desabrocharlo, ella lo detuvo.
—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —preguntó mirándolo a los ojos—. Hay cosas para las que luego no hay vuelta atrás.
Liam supo en ese momento que quería hacerlo más que nada en el mundo, así que asintió. La agarró de las nalgas y la subió contra él mientras sus labios se buscaban desesperadamente. Sus cuerpos se fundieron en un abrazo ardiente y sus manos recorrieron su cuerpo, acariciándola.
Liam sabía que aquella chica era perfecta para él, no solo por su belleza, sino porque aquel condenado disfraz de monja lo excitaba demasiado. Se sentía libre y salvaje, y eso era lo que Liam quería para su noche de cumpleaños.
El deseo era demasiado fuerte y ambos se dejaron llevar por él, sus cuerpos sudorosos se resbalaban uno contra el otro mientras Liam se desnudaba y la chica contenía la respiración, mordiéndose los labios.
Todo lo que hubo después de eso fue una tormenta de placer, gemidos, gritos y un clímax hermoso y perfecto que lo envolvió todo. Sus cuerpos se fundieron en un abrazo y quedaron tendidos juntos en la cama, sudando y sin aliento, sabiendo que aquella no sería la última vez que lo hicieran esa noche.
Liam estaba seguro de cómo despertaría al día siguiente: feliz, relajado, en la gloria…
En cambio el sonido del flash de una cámara fue lo que lo despertó, y abrió los ojos para encontrarse desnudo, delante de una docena de periodistas.
Liam se levantó de un salto, intentando taparse con la sábana y cubrir a la chica dormida que estaba en su cama, mientras los periodistas seguían disparando fotos y haciendo preguntas.
No podía creer lo que estaba pasando: ¿cómo habían entrado en la habitación? No tenía respuestas para eso, solo podía mirar fijamente a los periodistas que lo rodeaban.
La muchacha se despertó también sobresaltada y se cubrió, retrocediendo hasta que su espalda topó con la cabecera de la cama.
—¿Qué está pasando…? —preguntó espantada mirando a Liam y este negó con la misma expresión.
—¡Señor Grissom! ¿Acostarse con una monja era parte de su regalo de cumpleaños? —se alzó una voz entre todo el escándalo y los periodistas se quedaron mudos esperando la respuesta.
—Nooo… oigan, era una fiesta de disfraces, solo es un disfraz… —aclaró Liam sosteniéndose la sábana alrededor de la cintura.
Pero otro periodista levantó con las puntas de los dedos el hábito negro y negó.
—Por supuesto que no, señor Grissom, esto no es un disfraz, es un hábito auténtico, y si no me equivoco es del convento que queda cruzando la calle.
—Espere ¿quéeeeee…? —Liam abrió los ojos, espantado, sabiendo que si eso era verdad, su vida tal como la conocía, terminaría allí mismo.
—¿El convento cruzando la calle? —preguntó otro periodista abriéndose paso—. ¡Yo voy a misa ahí, déjenme ver… déjenme ver…! —El periodista llegó al frente y saludó con una mano—. ¡Ah! ¡Hola… hermana Maxine!
Liam sintió que se le aflojaban las rodillas. ¿Era en serio?
—¿¡Monja!? ¿¡Eres monjaaaaaaaaaaa!? —gritó y ella se encogió de hombros con una expresión de ¡ups! que lo dejó tieso.
—¿Crisis de fe? —murmuró como si eso fuera una disculpa y desde ese momento en adelante el mundo se convirtió en un lugar muy oscuro para Liam Grissom.
Al parecer, uno de los empleados de la limpieza había visto a Liam y a la mujer vestida de monja entrar en la habitación, y supo que sería buena historia para los medios. Los periodistas publicaron las fotos y fue causa de escándalo mayúsculo.
Liam quería creer que no era nada más que una tempestad en un vaso de agua. Lo importante era que él y aquella chica habían vivido una noche inolvidable juntos, y eso era algo que nadie podría quitarles…
Pero la realidad era muy diferente.
—Las acciones de la empresa están bajando mucho —murmuró su padre cuatro días después—. Desde el día de tu cumpleaños están cayendo en picada, a este ritmo no sobreviviremos dos meses.
Liam se mesó los cabellos, caminando por su oficina.
—¡Por dios, solo fue un revolcón, tampoco es para tanto! —rezongó.
—Lo sé, hijo, ¡pero el problema es con quién te revolcaste! Vivimos en un país eminentemente católico ¡y te cogiste a una puta monja! —espetó su padre.
—¡Pues en eso tienes razón, bien puta sí era, porque mira que lo hacía bien la condenada…!
—¡Liam! —gritó Garret—. No te sugiero que hables así de ella frente a nadie. Sé que no te has preocupado por saber de la muchacha desde que todo pasó, pero a la chica la echaron del convento. Siempre fue huérfana, la iglesia la acogió desde que era una niña y ahora no tiene dónde vivir.
Liam arrugó el ceño y se cruzó de brazos, eso no le causaba ninguna alegría. Después de todo los dos eran responsables por lo que habían hecho y ninguno se merecía algo malo solo por dejarse llevar por la pasión.
—¡Me imagino que debe estar echando pestes de mí! —murmuró.
—¡Pues fíjate que no! Se ha negado a dar declaraciones o pedir nada, pero los periodistas se han encargado de seguirla y la vieron entrar a un hogar para personas desamparadas…
—¿Para indigentes? —gruñó Liam.
—Eso, así que tú puedes creer que esto va a pasar, pero te garantizo que para ella no será fácil y nadie te perdonará eso.
—¡Maldición! —rugió Liam derribando la mitad de lo que había en el escritorio.
Tenía que resolverlo, porque su padre tenía razón. Habían perdido bastante en pocos días, y si las cosas seguían así, la empresa que su padre había tardado años en construir quedaría arruinada por él. Se dirigió a la puerta con determinación, pero la voz de Garret Grissom lo detuvo.
—¿Qué vas a hacer?
—Lo único que puedo hacer: buscarla.
Su padre asintió y Liam salió de la oficina. Sabía que tenía que encontrar a la chica, pero si era honesto, no sabía si quería disculparse o no. Y además ¿dónde diablos iba a encontrarla si ya no estaba en el convento? Al final, se le ocurrió que el hogar para indigentes podría ser un buen lugar para empezar su búsqueda. Cuando llegó allí, le dijeron que ella no regresaría hasta la noche, no obstante, él insistió en esperarla y al poco rato, la vio aparecer por la puerta.
Liam no supo qué decir cuando la vio, de lo único que estaba seguro era de que no podía dejarla allí. Era delgada y pálida, y sus ojos oscuros eran enormes en su rostro demacrado por la falta de sueño. Tenía el pelo castaño recogido en un moño apretado y sus ropas eran simples, como de la caridad. Liam no pudo evitar sentir una punzada de culpabilidad al verla allí, abandonada y sin nadie que la protegiera.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella acercándose.
—Vine a buscarte. Vamos —dijo él sin expresión. La chica no dijo nada, solo lo miró fijamente, sin moverse—. Necesito hablar contigo y preferiría no hacerlo en un lugar donde nos pudieran tomar más fotos. ¿Vienes?
Ella negó.
—No, ni siquiera te conozco —le gruñó y él puso los ojos en blanco.
—Liam —dijo alargando la mano.
—Max —respondió ella estrechándola y como si eso fuera suficiente, él echó a andar hacia el coche.
Media hora después, mientras entraban a la mansión Grissom, se encontraron más de treinta personas, la mitad de personal médico y la mitad de publicistas.
Su padre tenía el rostro desencajado y le enseñó una tableta donde aparecían ellos dos estrechándose las manos sobre el titular:
EL MAGNATE LIAM GRISSOM “CONOCE” A LA MONJA A LA QUE LE ARRUINÓ LA VIDA.
—¡Me vas a matar de un infarto! ¿No podías saludarla dentro del maldito coche? ¡Nuestras acciones están por el suelo, ahora sí estamos arruinados!
Se dejó caer en una silla con expresión desconsolada y Liam se pasó una mano por el rostro, pero uno de sus publicistas se le acercó.
—Quizás todavía haya una solución, señor Grissom. Estoy seguro de que podemos dar una rueda de prensa y solucionar esto si…
—¿¡Si “qué”!? —rugió Garret.
—Si el señor Liam accede a convertir a la hermana… señorita… ¡persona!… en una mujer decente.
Liam abrió mucho los ojos mientras miraba su padre.
—¡¿Perdón…?! ¿Está diciendo… ¡casarme con ella!?