Una guardaespaldas para el millonario: Capítulo 1. Condenada

Max estaba de pie en la sala del juzgado del tribunal militar, mientras el comité de ética leía cada uno de sus cargos:

Insubordinación.

Sedición.

Deserción.

Asalto a un oficial superior.

Frente a ella estaba el General Morrison, encabezando el tribunal, y tras ella estaba el Coronel Alcott, con su élite de soldados lambiscones.

—Teniente Maxine Jhonson. ¿Cómo se declara de estos cargos? —preguntó el General con voz neutra.

Max apretó los puños antes de responder.

—¡Inocente!

El General la miró con sus ojos duros, que iban desde ella hasta el Coronel.

—Entonces usted no tendrá problema en defenderse de cada uno de los cargos.

—¡No tiene cómo defenderse, porque mis testigos me respaldan! —rugió el Coronel Alcott mientras Max lo miraba con fiereza—. ¡Abandonaste a tus compañeros en el campo de batalla, te insubordinaste, trataste de desertar y luego me golpeaste! ¡Eso es agresión agravada a un superior!

Max sintió que aquel volcán lleno de rabia que había estado reprimiendo por semanas estallaba por fin dentro de ella

—¿Tú quieres saber lo que es agresión agravada? —siseó y antes de que nadie pudiera preverlo, el cuerpo de aquella mujer saltaba sobre las bancas y caía en medio del círculo de soldados que lo rodeaban.

En una fracción de segundo, Max golpeaba a los hombres del Coronel. ¡Su furia era imparable! Los soldados gritaban, la atacaban y trataban de defenderse, pero ella los golpeaba una y otra vez, sin piedad. De pronto, sintió que la agarraban por los brazos y trataban de inmovilizarla, pero se dio la vuelta con un movimiento calculado y derribó a otro soldado, golpeándolo en plena garganta y haciendo que cayera de rodillas, ahogándose.

Max luchaba como una fiera, y el General, como todos los demás de la sala, estaban tan asombrados como espantados por su destreza.

—¡Deténganla! —gritó el Coronel Alcott, pero era demasiado tarde. Max arremetió contra él, con toda la rabia que llevaba dentro, y lo derribó al suelo—. ¡Maldita seas, Jhonson! —rugió intentando levantarse.

Pero Max no tenía intención de detenerse ahí. Golpeó al Coronel con todas sus fuerzas, lo desarmó y se arrodilló sobre él, poniendo el cañón de la pistola contra su cabeza.

—¡Escúchame muy bien, infeliz! —siseó—. ¡Perdí a la única familia que he conocido, por tu culpa! ¡Los exploradores te avisaron que íbamos a una trampa y aun así nos ordenaste atacar! ¡Sabías que iban a matarnos y aun así nos ordenaste atacar! ¡Solo querías el crédito mientras a nosotros nos masacraban en esa operación! ¡No me insubordiné, solo cometí el error de sobrevivir! ¡No deserté, solo no puedo seguir obedeciendo a cobardes como tú! —exclamó presionando el cañón con fuerza contra su cabeza—. ¡Escúchame muy bien! ¡Mataste al único hombre que amé! ¡Sé que van a condenarme hoy, pero en el mismo momento en que salga, date por muerto, infeliz!

Max escupió sobre su cara, desarticuló la pistola y lanzó las partes al suelo con desprecio mientras volvía a pararse en atención y con mirada agresiva frente al tribunal que la estaba juzgando.

Tras ella quedaba media docena de soldados de élite, supuestamente los mejores, inconscientes, golpeados y desarmados. Aquella mujer era una máquina de combate, y esa máquina quería venganza.

—Maxine Jhonson, por los cargos que se levantaron contra ti, no tengo más remedio que sentenciarte a tres años de prisión —declaró el General Morrison. Sabía que se estaba cometiendo una injusticia, pero reconocer la verdad de Maxine Jhonson, era desprestigiar al ejército mismo reconociendo que una operación del ejército había costado catorce vidas por un error de comando—. Llévensela.

Maxine miró por última vez al Coronel, que se limpiaba la sangre de la boca, y no la vieron parpadear ni una sola vez mientras se la llevaban.

***

SEIS MESES DESPUÉS

Garret Grissom era un hombre duro y frío, que había hecho sus negocios destruyendo a todo el que le suponía un obstáculo. Ni su misma familia lo quería demasiado, con una sola excepción que además era la debilidad del viejo Grissom: su hijo Liam.

A sus casi sesenta años, ya no le importaba lo que le pasara, pero a su hijo era otra cosa. Por eso estaba allí, visitando a su amigo de la infancia.

—¡Garret! —lo saludó el General Morrison abrazándolo—. Hacía meses que no te veía. ¿Qué te trae por aquí?

Grissom le entregó un sobre a modo de explicación.

—¿Otra amenaza contra ti? —preguntó el General.

—No contra mí esta vez, sino contra Liam, y eso sí no lo puedo permitir.

—Tienes que decirle al muchacho, Garret —lo reconvino el General—. Los hombres como nosotros hacemos muchos enemigos a lo largo de la vida, es natural cuando hay grandes intereses de por medio.

Pero Grissom negó con vehemencia.

—¡No, Morrison, no puedo decirle a mi hijo! No lo entiendes, para el resto de mi familia solo soy un cajero automático, pero Liam… ¡Liam es como yo!

—¿Cómo? ¿Mujeriego, rencoroso, adicto al trabajo…? —sonrió Morrison.

—Sí, todo eso multiplicado por dos —rio Grissom—. Pero también es el único que todavía me mira con respeto y con… con cariño. No puedo decirle las atrocidades que he hecho, y que ahora me están pasando factura.

El general Morrison lo invitó a sentarse y ocupó su lugar al otro lado del escritorio.

—Te entiendo, amigo, créeme que te entiendo. Era un mundo diferente el de antes y los jóvenes no saben lidiar con lo que tuvimos que hacer, pero se trata de la vida de tu hijo, no puedes dejarlo desprotegido.

—¡Por eso mismo vengo! ¡Necesito ayuda, Morrison! Necesito que alguien cuide a Liam sin que él lo sepa, alguien con habilidad, alguien que pueda mantenerlo a salvo pero… ¡no sé cómo hacer para que él no se entere!

Apenas Grissom mencionó la palabra “habilidad”, una escena en particular cruzó por la mente del General.

—Bueno… te va a parecer un poco descabellado, pero creo que tengo a la persona que necesitas. Ven conmigo.

Salieron del cuartel y una camioneta Hummer enorme estaba esperando al General, luego de una hora de viaje, Grissom se encogió al ver que llegaban a una prisión militar.

Caminaron por un corredor angosto y se detuvieron frente a una celda.

—Teniente Jhonson. ¿Me regala un minuto?

Y frente a ellos, una de las mujeres más hermosas que Grissom había visto en su vida, levantó los ojos.

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